Resumen
1984 es la antiutopía o distopía más célebre de todas
cuantas fueron escritas durante la primera mitad del siglo XX. En ella,
Orwell presenta un futuro en el que una dictadura totalitaria interfiere
hasta tal punto en la vida privada de los ciudadanos que resulta
imposible escapar a su control. La odisea de Winston Smith en un Londres
dominado por el Gran Hermano y el partido único se puede interpretar
como una crítica de toda dictadura, aunque en las analogías con el
comunismo estalinista resultan evidentes, dada la trayectoria vital del
autor. La novela cobra nueva vigencia en la sociedad actual, en la que
el control a los ciudadanos, coercitivo o no, se halla más perfeccionado
que en ningún otro momento de la historia de la Humanidad. Por último,
veremos la influencia de la obra en la cultura del siglo XX, tanto en su
vertiente literaria como en la cinematográfica.
1. Objetivo e intenciones
Este texto se corresponde con el de la conferencia impartida
durante la Feria del Libro de Cádiz de 2003, en el marco de la Jornadas
de la Ciencia-Ficción organizada por el Ayuntamiento y coordinadas por
Luis G. Prado, así como en la HispaCon Xatafi 2003. Al confeccionar el
programa de actos de los encuentros de Cádiz nos pareció prioritario
referirnos a esta obra, por cuanto que se trata de una de las novelas de
ciencia-ficción más conocidas por el gran público, al mismo tiempo que
una de las que, pese al transcurso del tiempo, conserva mayor vigencia.
¿Quién no ha oído expresiones como "El Gran Hermano te vigila",
referidas al control omnímodo que el aparato estatal ejerce sobre el
ciudadano, o "La guerra es la paz", expresión máxima de la manipulación
informativa? Para bien o para mal, el futuro trazado por George Orwell
en su novela nos alcanzó tiempo ha y, pese a algunas diferencias
notables (a saber, vivimos en democracia y no todo el control se ejerce
de manera coercitiva: existen métodos más sutiles que los descritos en 1984),
en líneas generales se trata de una novela cuyo mensaje permanece
completamente vigente. Similares motivaciones nos llevaron a repetir la
conferencia en el marco de unos encuentros más especializados como son
las HispaCones. En todo caso, el texto que vais a leer a continuación se
corresponde con el de ambas conferencias.
2. Biografía de George Orwell
Para entender 1984 tenemos que conocer la vida de George
Orwell. Nacido en 1903 en Montihari (India), Eric Arthur Blair es hijo
de un funcionario del gobierno imperial. Es enviado a Inglaterra, donde
su madre, de origen anglofrancés, le mete el gusanillo de la lectura y
le alienta en sus pinitos literarios: a la edad de cinco años compone un
poema del que más tarde renegaría, aduciendo que se trataba de una
copia del "Tigre, tigre" de William Blake. Tras su paso por la escuela
de St. Cyprien obtiene una beca para estudiar en el colegio de Eton, en
el que Aldous Huxley fue su profesor de francés durante un curso. Su
origen humilde le granjea problemas en ambos centros, siempre en el
punto de mira de sus compañeros más clasistas: es su primer contacto con
la lucha de clases. Renuncia a seguir estudios universitarios y en 1922
se enrola en la Policía Imperial, a la que sirve en Birmania durante
cinco años. Allí observa auténticas atrocidades por parte de sus
compañeros de armas, lo cual lo lleva a afirmar: "Cuando el hombre
blanco se convierte en tirano, destruye su propia libertad".
Su renuncia a la Policía Imperial va acompañada por otra doble
renuncia: a su nombre (a partir de ahora será conocido por el seudónimo
George Orwell; George, por San Jorge, patrón de Inglaterra; Orwell, por
un río que conoció en su infancia) y a su clase social: pasa una década
al borde de la indigencia, alternando la escritura con la vida entre las
clases más humildes. Fruto de esta experiencia es su primer libro, Sin blanca en París y Londres (1933).
La paulatina adquisición de conciencia social, que lo ha llevado a
franquear las fronteras de una vida cómoda entre las fuerzas de
ocupación imperiales para sumirse en la pobreza, da paso a una nueva
etapa en la que Orwell ejerce el periodismo de denuncia. Hasta ahora,
Orwell ha vivido la situación de las clases inferiores; a partir de
ahora, consagra su tiempo a explicar y divulgar esta situación. Su nuevo
objetivo son los mineros y obreros desempleados de una región
industrial atrasada. Al término del libro, El camino de Wigan Pier
(1936), Orwell radicaliza su discurso. Ha descubierto el socialismo. No
obstante, la dictadura del proletariado propugnada por el comunismo
estalinista lo inquieta: no deja de ser una dictadura.
Tras contraer matrimonio con Eileen O'Shaughnessy, viaja a España. El libro resultante, Homenaje a Cataluña
(1938), su obra maestra según este conferenciante, va un paso más allá
en su discurso. Orwell viaja como periodista pero se afilia a una
milicia del POUM, el Partido Obrero de Unificación Marxista de Andreu
Nin y Joaquín Maurín, de raíz trotskista. Es testigo de una serie de
hechos que trastornan sus convicciones ideológicas. La experiencia de la
autogestión colectivizadora en el frente aragonés, en un codo a codo
entre trotskistas y anarquistas (con el recurrente "Mañana tomamos el
café en Huesca", en alusión al objetivo militar que se pretendía
conquistar), contrasta con los sucesos que presencia en mayo de 1937 en
Barcelona. Herido en el frente, Orwell regresa a Barcelona. Durante su
convalecencia, presencia un conato de guerra civil dentro de la guerra
civil. Los enfrentamientos armados entre el ejército regular republicano
(bien equipado por la Unión Soviética) y las milicias
anarquista-trotskistas dan lugar a una auténtica purga a la manera de
las soviéticas, y conllevan el desarme de las milicias. Las convicciones
de Orwell sufren un duro revés. El comunismo ortodoxo, según él, es
otra forma de dictadura equiparable al nazismo, dos caras de una misma
moneda que no hacen sino despojar a las clases trabajadoras. La
manipulación informativa y propagandística puede obviar los hechos de
Barcelona como si no hubiesen existido. Nada diferencia al capitalismo
del fascismo del estalinismo. Orwell ya maneja los dos puntos centrales
de 1984.
La II Guerra Mundial termina de ofrecernos un cuadro cabal de las
inquietudes político-literarias de Orwell. Durante el conflicto es
miembro de la Home Guard, colabora en la BBC y es director literario del
periódico Tribune. Es, pues, un personaje de relieve en la vida
cultural británica. Mientras Londres padece los bombardeos de las V-2,
Orwell escribe Rebelión en la granja (1945). Tras aquella en
apariencia inofensiva fábula acerca de unos animales que despojan al
propietario de una granja y se lanzan a la autogesión de la misma se
puede adivinar la parodia definitiva del comunismo estalinista. El cerdo
Mayor es un trasunto de Lenin, que antes de morir marca las pautas a
seguir hacia la definitiva liberación del yugo de los humanos (el
capitalismo). Sus herederos, Napoleón (Stalin, evidentemente) y Snowball
(Trotski), terminarán enfrentados por el control de la granja. Esta
fábula muestra la progresiva degradación de los ideales revolucionarios,
el linchamiento público de la memoria del cerdo traidor (Snowball), la
instauración de la dictadura más opresiva, la implantación de eslóganes a
cuál más surrealista (se pasa del "Cuatro patas sí, dos pies no"
identificativo de la clase animal al "Cuatro patas sí, dos pies mejor"
con el que se advierte el alejamiento definitivo de los principios
revolucionarios por parte de la clase dirigente) y el resentimiento de
Orwell contra un comunismo traidor de sus propios ideales. Aunque
Bernard Crick opina que la fecha de escritura data de 1945 y que en todo
caso su publicación se demoró debido a la escasez de papel, la
tradición afirma que Orwell concluyó el libro en torno a finales de
1943, pero tuvo que moverlo durante más de un año, de editor en editor,
sorteando una especie de censura editorial: nadie estaba dispuesto a
publicar un libro que era un ataque frontal a la Unión Soviética, en un
momento en el que la Unión Soviética resultaba la mayor y mejor garantía
de triunfo en la guerra frente al fascismo internacional. "Cualquier
crítica seria al régimen soviético, cualquier revelación de hechos que
el gobierno ruso prefiera mantener ocultos, no saldrá a la luz", escribe
Orwell en su ensayo "La libertad de prensa". "Vemos, paradójicamente,
que no se permite criticar al gobierno soviético, mientras se es libre
de hacerlo con el nuestro. Será raro que alguien pueda publicar un
ataque contra Stalin, pero es muy socorrido atacar a Churchill desde
cualquier clase de libro o periódico."
Éste es el Orwell que, desencantado definitivamente con la clase
política británica (más celosa, según él, de defender a los comunistas
soviéticos que a sus propios políticos), con la censura ejercida por los
medios de comunicación (hecho que le lleva a dimitir de la BBC), con la
vida misma (su mujer fallece en 1945), con su propia salud (sus
problemas de tuberculosis se acentúan, postrándolo en hospitales),
acomete su obra más conocida, su testamento literario, la novela que ha
marcado el devenir de la literatura fantástica de carácter político en
la segunda mitad del siglo XX y, por qué no, el devenir de la propia
Humanidad: 1984. Tras su publicación en 1949, Orwell entra en
estado terminal. Fallece el 21 de enero de 1950, recién desposado con
Sonia Brownel. Orwell ya había dicho cuanto tenía que decir.
3. 1984, la novela
3.1 Utopía y distopía
Ante la pregunta "¿Qué es 1984?", la respuesta más evidente es:
la distopía más célebre de cuantas han sido escritas. Ahora bien, ¿qué
es una distopía? Antes de proseguir con la exposición hemos de hacer un
paréntesis y definir el término.
También conocida como antiutopía, una distopía es lo opuesto a
una utopía. Esta definición, facilona si se quiere, sólo puede ser
entendida si definimos utopía. Tomo prestadas ambas definiciones de la
obra colectiva Las cien mejores novelas de ciencia ficción del siglo XX, coordinada por Julián Díez:
"Utopía. Obra que describe un futuro estado feliz de la humanidad, en
el que cada persona tiene satisfechas sus necesidades y existe un
gobierno benévolo que provee de todo lo necesario (o bien el gobierno ha
desaparecido absolutamente, tras resultar innecesario). El nombre
procede de la obra homónima de Tomás Moro (que viene del griego u topos, ningún lugar)."
"Distopía. Por contraposición a «utopía», obra en la que se
describe una sociedad opresiva y cerrada sobre sí misma, generalmente
bajo el control de un gobierno autoritario, pero que es presentada a los
ciudadanos de a pie como una utopía."
En resumen: la utopía es el mejor de los mundos, la libertad
definitiva y absoluta, el sueño de todo ciudadano hecho realidad. La
distopía es el peor de los mundos, la sumisión definitiva y absoluta, el
sueño de todo gobernante hecho realidad, y será tanto más efectiva
cuanto mayor grado de satisfacción produzca en el ciudadano. Es lo que
Sam J. Lundwall define en su Historia de la ciencia ficción como "la pesadilla con aire acondicionado".
Las utopías arrancan con la obra ya citada de Tomás Moro (1516).
Concebidas en un principio como obras de carácter cuasi teórico político
en las que se ofrecía luz y guía al benévolo gobernante, conforme
avanza el tiempo empiezan a adquirir mayores matices. La posibilidad de
plasmar el pensamiento utópico en una organización política real nos
lleva a varios intentos de comunidades, las más destacadas de ellas las
reducciones jesuíticas del Paraguay del siglo XVIII y los falansterios
de los socialistas utópicos franceses del siglo XIX, que no dejan de ser
tentativas aisladas abocadas al fracaso. La publicación del Leviatán
de Thomas Hobbes en 1651 constituye la primera advertencia seria de que
la utopía definitiva, en caso de alcanzarse, ha de contar con la
naturaleza intrínsecamente rapaz de la especie humana. Los viajes de Gulliver
de Jonathan Swift (1726) introducen el elemento satírico en la
tradición utópica. Finalmente, la doble revolución industrial y liberal
que conforma nuestra sociedad occidental presente no hace sino
recordarnos que la utopía, entendida bajo la definición anteriormente
expuesta, es inalcanzable para todos: siempre habrá clases. Salvo
contadas excepciones (el socialismo fabiano de H.G. Wells o el
socialismo determinista de Jack London), las utopías se van separando de
la teoría política, para pasar a ser coto casi exclusivo de la creación
literaria.
Ahora bien, la literatura también sufre un cambio como
consecuencia de la doble revolución industrial y liberal. De acuerdo con
Brian Aldiss, la publicación en 1818 de Frankenstein o El moderno Prometeo
de Mary Shelley marca el comienzo del género literario conocido como
ciencia-ficción. El nacimiento del género como tal es objeto de una
controversia permanente, cuyos pormenores no viene al caso comentar
aquí. Sea cual sea el origen de la ciencia-ficción (el Frankenstein de Mary Shelley, 1818; La máquina del tiempo de H.G. Wells, 1895; la edición del primer número de la revista Amazing Stories
en 1926), el caso es que las utopías van poco a poco acercándose a él.
Durante el siglo XIX, la literatura utópica aún recurre al recurso
tradicional inaugurado por Tomás Moro: el viaje fantástico a territorios
lejanos, en los que poder desarrollar sin complejos el modelo político
propuesto. Ecos de esta concepción se perciben en una de las obras
maestras de la literatura utópica, Erewhon de Samuel Butler (1872). La tierra de Erewhon (que no es sino nowhere
puesto del revés, es decir, "ningún lugar", es decir "utopía") nos
muestra algunos claroscuros en su retrato del impacto de la
industrialización sobre los habitantes de un mundo que ya no es
perfecto, tan sólo casi perfecto.
Sin embargo, esta forma de fabulación tiene los días contados.
Los territorios inexplorados se terminan, hacia 1911, con la conquista
del Polo Sur, ya no queda ningún lugar sin hollar por el ser humano. La
búsqueda de utopías ya sólo puede acontecer en dos direcciones: el
tiempo futuro, o bien en otras tierras. El cambio de escenario de la
literatura de viajes utópicos acompaña al cambio de escenario en la
literatura de aventuras. Ambos géneros, utópico y aventurero, integran
parte de su producción (sólo parte, me gustaría aclarar este punto) en
el género fantástico, y más concretamente en la ciencia-ficción.
No obstante, estamos hablando de una clase de literatura cada vez
más escapista. Con las excepciones de H.G. Wells y Jack London,
empeñados en buscar los aspectos menos optimistas del futuro mundo
feliz, la utopía se muestra benévola con el devenir de la humanidad. Dos
hechos cambian la percepción de las cosas. La I Guerra Mundial
(1914-1918) demuestra que es posible una castástrofe global, con ella
viene a ponerse fin a un equilibrio continental que se había mantenido
casi intacto durante cerca de medio siglo. La Revolución soviética de
1917 demuestra que la utopía es posible, no sólo a una escala reducida,
como pretendieron los socialistas utópicos con sus pequeñas comunidades,
sino nada menos que en el país más extenso del orbe. El optimismo
desaforado de los años veinte, los felices años veinte, es sólo una
verdad a medias. Durante los años de entreguerras se producen tres obras
fundamentales en la llamada literatura distópica, tres obras que a su
manera influyen en el 1984 de George Orwell y que constituyen
advertencias muy serias, aún no igualadas desde los punto de vista
literario y admonitorio, de cuán terrible podrá llegar a ser el futuro
si el poder recae en unas manos dispuestas a partes iguales a coartar
los derechos del individuo y a manipular su percepción de la realidad
hasta el punto de que, aun padeciendo una horrible represión, se crean
en posesión del mayor grado de libertad nunca visto. Estas obras son Nosotros de Yevgueni Zamiatin (1921), Un mundo feliz de Aldous Huxley (1932) y La guerra de las salamandras de Karel Capek (1936).
Llegados a este punto y expuestos los antecedentes personales y
literarios de la obra, podemos entrar ya a analizar la novela de Orwell.
3.2 Sinopsis argumental
1984 nos presenta, como ya hemos explicado, una distopía.
En ella, el mundo está dividido en tres grandes superpotencias: Oceanía,
Eurasia y Asia Oriental. La primera de ellas comprende América,
Australia, Gran Bretaña y el sur de África. Eurasia es el resultado de
la absorción de Europa por parte de la Unión Soviética. Asia Oriental
comprende China, Japón e Indochina. El resto del planeta padece una
guerra interminable que enfrenta a las tres potencias, en un cambiable
ir y venir de alianzas y quebrantamientos de alianzas. Al iniciarse la
novela, Oceanía está en guerra con Eurasia, siempre ha estado en guerra
con Eurasia, y está aliada con Asia Oriental.
Winston Smith es un funcionario del Departamento de Registro del
Ministerio de la Verdad, que irónicamente es el organismo encargado de
falsear la realidad y manipular la opinión pública. Es un cuadro
inferior del todopoderoso Partido, muy lejos del nivel de vida alcanzado
por los miembros del Partido Interior (la auténtica élite de la
sociedad, cuya cúspide es el todopoderoso Gran Hermano) y muy por encima
de las privaciones de los proles, la clase inferior. Winston Smith es,
pues, un representante de la llamémosle clase media de uno de los
Estados más represores que ha presentado la literatura.
Pero Winston tiene dudas. Un incidente aislado, ocurrido años
antes, le hace sospechar que el Partido manipula la realidad hasta
extremos inauditos. Por error, cayó en sus manos un documento que
demostraba que tres disidentes políticos caídos en desgracia (Jones,
Aaronson y Rutherford), a quienes él mismo había visto en una ocasión,
habían sido considerados héroes del Partido para, a continuación,
desaparecer de cualquier fuente documental como si nunca hubiesen
existido. El trabajo de Winston consiste precisamente en eso: en alterar
la prensa de tal manera que las noticias que incomodan al Partido sean
sustituidas por otras que se adecuen a la verdad oficial. Al desaparecer
de la prensa y de cualquier otro medio de comunicación, se puede decir
que estas noticias nunca han existido. De manera análoga, las personas
caídas en desgracia a los ojos del Partido dejan de existir a los ojos
del mundo. Más aún: nunca han existido. Son nopersonas. Oceanía puede estar en guerra con Asia Oriental, más aún: Oceanía siempre
ha estado en guerra con Asia Oriental; pero si el Partido dice que
Oceanía está en guerra con Eurasia, habrá que creer al Partido: Oceanía
está en guerra con Eurasia; más aún, Oceanía siempre ha estado en guerra con Eurasia. La facultad de cambiar de idea al compás de las consignas del Partido se conoce como doblepensar.
Un objeto blanco puede ser negro si el Partido dice que es negro, y la
tarea del buen miembro del Partido (y, por ende, del buen doblepensador)
estriba en adquirir la habilidad mental necesaria para convencerse a sí
mismo de cuándo un objeto blanco es negro. La capacidad del doblepensar
de generar paradojas se manifiesta en la nomenclatura de los órganos
gubernamentales: el Ministerio de la Verdad se encarga de manipular la
mente de los ciudadanos; el Ministerio de la Abundancia gestiona los
cada vez más escasos recursos alimenticios y de materias primas; el
Ministerio de la Paz es el que moviliza tropas; y el Ministerio del Amor
es el encargado de ejercer la coerción física y mental sobre la
población.
El doblepensar es sólo un estado mental conducente a afianzar una
concepción inmutable de la Historia; una herramienta intelectual, en
resumen, que encuentra su plasmación en la neolengua, un lenguaje
artificial creado por el Partido y que modelará la mentalidad de los
súbditos del Gran Hermano. El lenguaje determina la estructura del
pensamiento humano. Al prescindir de determinadas palabras, se prescinde
de su concepto. De este modo, el Partido puede controlar y uniformar
con mayor facilidad los pensamientos de sus miembros, para así evitar el
mayor de los delitos concebibles en la sociedad de Oceanía (y,
suponemos, de las otras dos potencias): el crimental, o crimen
mental. El delito de pensamiento opuesto al doblepensar y las directivas
del Partido (o Ingsoc, Socialismo Inglés). Un ciudadano puede tener una
conducta irreprochable, ser un miembro modélico del Partido, cantar
todas sus consignas y dominar la neolengua; pero, si en su fuero interno
no está convencido de la verdad del Ingsoc y esquiva con pericia la
tupida red de delaciones en que se sustenta la sociedad oceánica (desde
la Policía del Pensamiento hasta tus propios hijos), tarde o temprano se
delatará a sí mismo mediante el crimental. Un hecho, un indicio, un
pensamiento a destiempo, un lapsus linguae o incluso una frase
murmurada entre sueños bastarán para acabar con esa persona. Y ese
"acabar con esa persona" funciona tanto en el sentido individual (será vaporizado) como en el colectivo (al ser una nopersona, nunca habrá existido; nada demostrará que ha existido; nadie lo recordará).
Syme, uno de los compañeros de charla de café de Winston, encargado de confeccionar la undécima y casi definitiva edición del Diccionario de neolengua, explica su funcionamiento:
"¿No ves que la finalidad de la neolengua es limitar el alcance del
pensamiento, estrechar el radio de acción de la mente? Al final,
acabaremos haciendo imposible todo crimen del pensamiento. En efecto,
¿cómo puede haber crimental si cada concepto se expresa claramente con
una sola palabra, una palabra cuyo significado está decidido
rigurosamente y con todos sus significados secundarios eliminados y
olvidados para siempre? (...) ¿Cómo vas a tener un eslogan como el de
"la libertad es la esclavitud" cuando el concepto de libertad no
exista?"
El miedo a cometer crimental es la primera señal de que se está
cometiendo un crimental. Y Winston ya ha alcanzado esa fase desde el
momento en que comienza a escribir un diario. Lo hace a pluma, a
hurtadillas, sorteando las telepantallas instaladas en su dormitorio que
detectan su comportamiento huraño y le impelen a practicar su gimnasia.
No existe intimidad. Cualquier acto solitario es antisocial, contrario a
los principios del Ingsoc y conlleva la semilla del crimental. Ante
semejante panorama, a Winston, como a cualquier otro habitante de este
Londres espectral sacudido por los bombardeos enemigos, no le queda más
remedio que adoptar las formas externas que determinan el buen
comportamiento de un miembro del Partido, consciente de que ya ha
comenzado la cuenta atrás para su captura.
La primera manifestación de sumisión al partido es el acatamiento de sus tres grandes eslóganes:
La guerra es la paz.
La libertad es la esclavitud.
La ignorancia es la fuerza.
Estas tres consignas constituyen el resumen del pensamiento del
Ingsoc, son todo lo que un buen miembro del Partido necesita saber para
ser un ciudadano de comportamiento correcto. La única manera de alcanzar
la paz es mantenerse en estado de guerra contra las otras dos
potencias, pues tarde o temprano Oceanía habrá de triunfar. La sumisión
al Partido es la única manera de mantener un prurito de libertad; en
caso contrario, mueres, dejas de existir. El falseamiento de la realidad
es la base del sistema: creer las mentiras impuestas nos hará fuertes
para mantenernos dentro del juego propuesto por el Partido; cuanto más
ignorantes seamos, menos riesgo de descubrir incoherencias, menos
posibilidades de caer en el crimental.
El segundo acto que entraña sumisión al partido es la abstinencia
sexual. Winston odia con todas sus fuerzas a dos mujeres: su esposa
Katharine y Julia. Ambas son el prototipo de mujer entregada al partido.
Su esposa no quiso darle descendencia, al considerar la maternidad un
acto de sumisión al Partido: está condicionada para considerar el sexo
por placer como una abominación, su frigidez es su fuerza. Julia encarna
a la mujer militante en la Liga Juvenil Anti-Sex, que paradójicamente
trabaja en el Departamento de Novela del Ministerio de la Verdad; es
decir, se encarga de escribir novelas pornográficas que luego son
distribuidas clandestinamente entre los proles, para hacerles
creer que consumen un producto prohibido. Su cinturón de castidad es el
recordatorio de que el sexo es intrínsecamente abominable. Prohibido el
amor, ¿qué otra alternativa tienen los habitantes de Oceanía (y,
suponemos, de las otras dos potencias)? El odio.
El odio hasta el dolor. El tercer y más fuerte motor de cohesión de la sociedad de 1984.
Pero odio... ¿a qué? A lo extraño, al extranjero, al contrario al
Partido. Las manifestaciones populares más lúdicas son las películas de
propaganda bélica (en las que abunda la violencia explícita y, por lo
que nos sugiere Orwell, real: imagínense una snuff movie
perpetrada por miles de Rambos), las ejecuciones -previo escarnio
público- de prisioneros de guerra enemigos y, sobre todo y por encima de
cualquier otra, los Dos Minutos de Odio.
¿Qué son los Dos Minutos de Odio? La ración diaria de odio
necesaria para hacer funcionar el sistema. ¿Quién es el objeto del odio?
Emmanuel Goldstein. El gran enemigo de Oceanía, el Partido y el Gran
Hermano. El adversario necesario. El traidor al Ingsoc. El artíficice de
la Revolución que se vendió a las potencias extranjeras. La población
expresa su odio irracional, válvula de escape de todos sus instintos
primarios, mientras se superponen imágenes apenas subliminales de
Goldstein con un fondo de matanzas y atrocidades del enemigo de turno,
sea Eurasia o Asia Oriental. Los ciudadanos están condicionados para
odiar a Goldstein. Odiar a Goldstein es amar al Partido y al Gran
Hermano y todo lo que representa el Ingsoc. Dudar de la maldad de
Goldstein es la peor forma de crimental.
Y Winston ha caído en ella.
Winston odia al Partido. Odia al Gran Hermano. Sabe que el
Partido manipula la información, altera la percepción cotidiana de la
realidad. Lo sabe porque él mismo ha tenido en sus manos una prueba de
este fraude. Pero al mismo tiempo sabe que otros como él odian también
al Partido. Por ejemplo, O'Brien, un destacado miembro del Partido
Interior, que se le aparece en sueños prometiéndole un pronto encuentro
en "el lugar donde no hay oscuridad". Guiado por una complicidad
inexplicable, más intuitiva que fundamentada, Winston sigue los pasos de
O'Brien, convencido de que le puede aclarar dudas acerca de la
existencia de la Hermandad, una organización clandestina, no se sabe si
existente o no, enemiga jurada del Partido y el Gran Hermano, tal vez
impulsada por el propio Goldstein, el archienemigo.
Pero antes de acceder a O'Brien, Winston debe consumar su
crimental, debe trasgredir todas las reglas impuestas por el Partido,
debe vulnerar todos sus condicionamientos. La primera parte de la novela
nos refiere el proceso mental que sigue Winston antes de estar
preparado para saltar a esa fase. El acto de escribir el diario hace a
Winston plantearse cada vez más interrogantes acerca del funcionamiento
del Partido y sus sistema de mentiras. Es la toma de conciencia por
parte de Winston de que la pretendida utopía no es sino una terrible
distopía. El siguiente razonamiento llevará a Winston a plantearse la
manera más idónea de contestación al régimen. Pronto llegará al punto en
que la única solución posible le parece el derrocamiento del Gran
Hermano. Pero los miembros del Partido, sujetos a férreos
condicionamientos, no serán la fuerza capaz de acabar con la opresión.
Winston fija sus ojos en los proles, los proletarios, aquellos
ciudadanos ajenos al juego del Gran Hermano, la masa acrítica y no
condicionada. Los proles recuerdan una existencia anterior al Gran
Hermano, en ocasiones parecen inmunes al lavado de cerebro que ha hecho
creer a toda la sociedad que la inmensa mayoría de los adelantos
científicos y tecnológicos de la Humanidad son obra del Gran Hermano.
Winston, que carece de familia (fue separado de su madre y su hermana a
temprana edad) y ha sido criado por el Partido, recuerda líneas sueltas
de una canción de su infancia, que convertirá en el símbolo de su
individualidad y de su rebeldía. Esta rebeldía lo lleva a alquilar una
habitación en un barrio proletario. Allí podrá escribir su diario y dar
rienda suelta a sus fantasías, ajeno a la mirada omnipresente de las
telepantallas.
Tras la toma de conciencia, la comisión del crimental, es hora de
pasar a la acción. La segunda parte de la novela nos muestra el
acercamiento entre Winston y Julia. La al principio odiada Julia se
revela como una sediciosa. Pero, al contrario que Winston, la rebeldía
de Julia es acrítica e intuitiva. Julia carece de base teórica, todas
las proclamas de Winston a favor del proletariado y en contra del
Partido le resultan ajenas e incomprensibles. La rebeldía de Julia es de
otra índole. Ella busca la libertad sexual. En un mundo puritano, Julia
predica con el ejemplo el amor libre, pero tiende a creerse de manera
acrítica todas las proclamas del Partido y los principios del Ingsoc.
Ello lleva a Winston a definir su rebeldía como exclusivamente «de
piernas abajo». El amor clandestino entre Julia y Winston es
desesperado: ambos saben que sus días están contados. No hacen planes de
futuro: no tiene sentido hacerlos. Justo en ese instante entra O'Brien
en acción.
O'Brien viene a cerrar el proceso de rebeldía a los tres
principios motores de la sociedad de Oceanía. Perpetrado el crimental
gracias a su inteligencia y su capacidad de síntesis, vulnerada la
abstinencia sexual gracias a Julia, Winston penetra en el mundo del odio
gracias a O'Brien. O'Brien lo ayudará a odiar al Partido
introduciéndolo en la Hermandad. El juramento de fidelidad a esta
organización es una buena muestra de ello:
"-¿Qué estáis dispuestos a hacer?
-Todo aquello de lo que seamos capaces.
-¿Estáis dispuestos a dar vuestras vidas?
-Sí.
-¿Estáis dispuestos a cometer asesinatos?
-Sí.
-¿A cometer actos de sabotaje que puedan causar la muerte de centenares de personas?
-Sí.
-¿A vender vuestro país a potencias extranjeras?
-Sí.
-¿Estáis dispuestos a hacer trampas, a falsificar, a hacer chantaje, a
corromper a los niños, a distribuir drogas, a fomentar la prostitución, a
extender enfermedades venéreas... a hacer todo lo que pueda causar
desmoralización y debilitar el poder del Partido?
-Si, por ejemplo, sirviera de algún modo a nuestros intereses arrojar
ácido sulfúrico a la cara de un niño, ¿estaríais dispuestos a hacerlo?
-Sí.
-¿Estáis dispuestos a suicidaros si os lo ordenamos y en el momento en que lo ordenásemos?
-Sí.
-¿Estáis dispuestos, los dos, a separaros y no volveros a ver nunca?
-No -interrumpió Julia."
Juramentados ambos, Julia y Winston brindan con O'Brien por el
pasado. Por el pasado que existió, no por el pasado eternamente mutable
que defiende el Partido. Es el momento en que ambos pasan a formar parte
de la Hermandad. Por fin pueden leer el libro clave de la rebelión, el
tratado teórico escrito por Emmanuel Goldstein: Teoría y práctica del colectivismo oligárquico.
En realidad, se trata de un ensayo analítico, sin apenas contenido
subversivo: es una simple descripción de las instituciones y la historia
de Oceanía. La respuesta a la pregunta que Winston se había formulado
alguna que otra vez en su diario: "Comprendo CÓMO. No comprendo POR
QUÉ". La certeza del porqué de las cosas, la comprensión por parte de
Winston de por qué odia al Partido y todo lo que encarna, es el
último paso en su trayectoria moral y política. Sólo ahora, y no antes,
podrá enfrentarse a la siguiente etapa, referida en la tercera parte de
la novela: su tortura.
Evidentemente, Winston no podía eludir su destino: ser
encarcelado. El propio O'Brien, comisario de la Policía del
Pensamiento, se encarga de capturarlo y conducirlo al Ministerio del
Amor. Allí sufrirá todas las vejaciones imaginables, un lavado de
cerebro que lo lleve a amar al Partido y el Gran Hermano. La temible
habitación 101 marca el final de Winston como persona; en ella ha de
enfrentarse a sus fantasmas más terribles. Una vez superada la
humillación que anida allí adentro, Winston estará dispuesto a creer
cualquier consigna del Partido. Los discursos adoctrinadores de O'Brien
surten efecto. Winston ya es capaz de doblepensar. Ve cinco dedos cuando
O'Brien le enseña cuatro. Y, mejor aún, ama al Gran Hermano. Ya es un
miembro respetable del Partido.
3.3 Control social, dictadura, realidad y violencia
Tras este resumen de la novela, podemos detenernos en los cuatro aspectos fundamentales de la exposición de Orwell.
3.3.1 Control social
El sistema político presentado por Orwell está encaminado a
alienar al individuo, a hacerlo virtualmente incapaz de pensar por sí
mismo. Siguiendo la definición anteriormente expuesta de distopía, es
una sociedad cerrada sobre sí misma, que se presenta como la sociedad
perfecta. Sólo aislando las influencias externas se podrá realizar el
ideal del Ingsoc. El exterior sólo puede ser malo. Sólo el Gran Hermano y
el Partido son capaces de ofrecer algo bueno al ciudadano de Oceanía. A
tenor de lo que hemos leído en la obra de Goldstein, todo nos hace
suponer que este esquema de sociedad es idéntico en Eurasia y en Asia
Oriental. La guerra exterior frente a dos enemigos identificables (un
enemigo físico: las potencias enfrentadas a Oceanía; un enemigo
ideológico: Goldstein) es el factor de cohesión, que llega adonde el
Gran Hermano no alcanza con sus eslóganes.
Existen medios coercitivos para asegurarse este control. El
Ministerio del Amor dispone un aparato represor sin fisuras. No es
infrecuente que tu propio hijo te delate, a semejanza de los jóvenes
camisas pardas nazis. Así pues, vemos que existen diversos niveles de
control social:
1. La guerra exterior contra el enemigo físico e ideológico. Es
la razón de ser última del Estado. Hay que odiar a Goldstein y a la
potencia enemiga de turno; sólo así, por contraposición, se podrá amar
al Gran Hermano.
2. La guerra interior contra el crimental. Fomenta la
participación de los propios ciudadanos en su sistema represor. Pasa
ineludiblemente por el aprendizaje y repetición de las consignas
fundamentales del Partido. Es el segundo nivel de cohesión: el amor al
Gran Hermano.
3. La guerra contra la verdad. Orquestada por los medios de
comunicación, consiste en un lavado de cerebro permanente de las masas.
Configura la realidad que el Partido quiere imponer. A falta de pruebas
en contrario, termina por ser La Verdad. Es un nivel más profundo de
cohesión del sistema: si el recurso al enemigo externo y a la desviación
ideológica no son suficientes, se encarga de anular las últimas
manifestaciones espontáneas de contestación. No sólo hay que amar al
Gran Hermano: además hay que agradecerle el bienestar actual. Todos los
adelantos, sean de la índole que sean, son obra exclusiva del Gran
Hermano.
4. La guerra contra las costumbres. Consiste en dar apariencia de
virtuosismo a todos los actos cotidianos. Ninguna conducta puede ser
considerada errónea, so pena de incurrir en el crimental. Hay que
practicar la abstinencia sexual. Hay que acudir a los autos de fe contra
los enemigos del Partido y del Estado. Hay que gritar en los Dos
Minutos de Odio. No hay que dar pie a conductas ambiguas en la calle.
Hay que estar siempre visible para la telepantalla. El Gran Hermano te
vigila y, como corresponde a una figura fuertemente paternalista, está
dispuesto a castigar al hijo descarriado que traiciona su confianza y
desprecia su amor.
3.3.2 Dictadura
El régimen así caracterizado es, evidentemente, una dictadura. Se
ejerce un autoritarismo sin límites. No se contempla ninguna
institución de participación ciudadana, ni siquiera un parlamento
ficticio en el que exista una democracia fingida. No hay que convencer a
nadie de las bondades del régimen. Al estar cerrado al exterior, el
Estado no tiene que rendir cuentas a institución o potencia extranjera
alguna. Al ser la dictadura perfecta, la opinión pública es irrelevante.
Es más: la opinión pública no existe.
Conocemos la trayectoria vital de George Orwell. Sabemos de sus
querellas internas en el seno de las fuerzas izquierdistas. Estamos al
corriente de su desencanto con los partidos denominados obreros. A tenor
de sus experiencias en el frente aragonés y en Barcelona durante la
guerra civil española, descritas en Homenaje a Cataluña, y a raíz de lo leído en Rebelión en la granja, resultaría muy fácil ceder a la tentación de catalogar 1984 como una obra anticomunista. Lo cual es cierto pero inexacto.
Orwell se cuida de trazar un mapa geopolítico en el que tienen
cabida tres totalitarismos feroces y sin fisuras, producto de un reparto
del mundo que, por lo sugerido en la novela, debió de producirse en
algún momento en torno a la década de 1950. Asia Oriental cayó bajo el
influjo de China, y ya sabemos que China es un Estado comunista desde
que Mao Zedong desalojara a Chiang Kai Chek de la China continental e
instaurara su régimen, allá por 1949, todavía en vida de Orwell, con 1984
en proceso de redacción. Eurasia es una colonia de la Unión Soviética,
en funcionamiento desde el triunfo de la Revolución bolchevique de 1917
pero con el estatus de superpotencia mundial desde que en 1945, al
vencer al nazismo alemán de Hitler, se hiciera virtualmente con el
control la Europa del Este, tras la constitución, en 1949, del Consejo
de Ayuda Económica (COMECON), germen del Pacto de Varsovia. Oceanía es
el resultado de la absorción por parte de los Estados Unidos de América
de todos los países de habla inglesa (Canadá, Gran Bretaña, Suráfrica,
Australia y Nueva Zelanda) más sus colonias naturales (de acuerdo con lo
establecido en la Doctrina Monroe y la Doctrina del Destino Manifiesto,
México y Centro y Sudamérica). Vemos, pues, que si la crítica de Orwell
hubiera tenido como único objetivo el comunismo estalinista, habría
hecho caer Gran Bretaña bajo la influencia de Eurasia, algo que desde el
punto de vista geográfico tenía más sentido que hacer bascular a su
patria natal hacia la influencia estadounidense. El Gran Hermano
practica una ideología, el Ingsoc, indistinguible del comunismo
estalinista, cierto, pero también indistinguible del nazismo o cualquier
otra forma de fascismo. Su antisemitismo (Goldstein es un apellido
judío) puede ser tan propio de un nazi alemán como de un comunista
soviético como de un ultrarrepublicano estadounidense (Henry Ford, por
poner un ejemplo, fue cabeza visible del antisemitismo en su país) o un tory
británico. Su xenofobia adentra sus raíces en la supremacía de la raza
blanca y en la primacía de la lengua inglesa, que sólo será superada por
la neolingua, de raíces asimismo inglesas.
Si Orwell lo hubiera querido, el Gran Hermano podría haber sido
ruso, o chino, o alemán. Pero no. El Gran Hermano es anglosajón. Oceanía
es una dictadura, una de las tres dictaduras globales surgidas a raíz
de la Segunda Guerra Mundial, y acompaña al comunismo estalinista
soviético y al comunismo maoísta chino, pero no es ninguna de las dos,
aunque comparte elementos ideológicos y de modus operandi.
También posee todos los atributos que convierten en dictadura
totalitaria al fascismo italiano y al nazismo. Pero no es ninguna de
ellas. No se puede identificar con ningún totalitarismo existente en el
momento de redacción de la novela. Es una extrapolación de lo que podría
ser un comunismo o un fascismo a la anglosajona. De donde debemos
colegir que Orwell está criticando todos los tipos de totalitarismo. Su
crítica es de carácter universal, y tanto da la forma que este
totalitarismo adquiera: comunismo, nazismo, fascismo o Ingsoc.
3.3.3 Falseamiento de la realidad
La única manera de perpetuar un régimen dictatorial como el
presentado por Orwell es falseando la realidad, perpetuando la mentira.
Para que el sistema funcione, hay que acabar con la disidencia. El
crimental es el mayor delito, y para evitarlo hay que terminar con las
causas que conducen al mismo. Hay que manipular el pasado, hacerlo
inexistente si es necesario. "Quien controla el presente controla el
futuro. Quien controla el pasado controla el presente." Este axioma
tiene una interpretación evidente: el futuro será de quienes han
manipulado el pasado hasta el punto de modelarlo a su antojo. Mediante
la anulación de cualquier tiempo que no sea el mismo presente se podrá
evitar la contestación al régimen: la disidencia suele recurrir a
factores históricos, a un pasado en el que las cosas no eran como ahora,
y ese recurso al pasado conduce a rectificar el presente y mejorar el
futuro. Anulando la línea temporal se atajan de raíz estas
posibilidades. El único pasado existente es aquel que el Partido
dispone, y puede cambiarlo a su antojo, si una cifra de producción de
chocolate no cuadra, si un objetivo del plan trienal no se cumple, si
tres líderes antirrevolucionarios deben ser vaporizados. Cualquier
discordancia entre el pasado y la propaganda oficial puede inducir a
pensar que el presente no es perfecto o no está completamente
controlado. Ante la imposibilidad de viajar en el tiempo para modificar
esos parámetros descontrolados, la única manera posible de eliminar el
problema es borrándolos de la memoria. Si se manipulan y adulteran, los
nuevos registros pasarán a ser la única verdad. La antigua verdad nunca
habrá existido, luego no será verdad. No será. Una persona incómoda para
el régimen, un culpable confeso de crimental (pues el crimental siempre
conlleva una confesión de culpabilidad), será anulado como persona,
primero se le despojará de su personalidad y más tarde, cuando su
ejemplo viviente ya haya sido interiorizado por el súbdito, será
vaporizado, será una nopersona. No será. No habrá sido nunca.
Esta realidad configura un futuro perfecto. El pasado, en
perpetuo movimiento, dará lugar a un futuro inmóvil, en el que no quepa
la disidencia porque ya no existirá palabra para la disidencia. La
neolengua se encargará de ello. El lenguaje modelará la mentalidad de
los hombres y mujeres futuros, en la misma medida que la manipulación de
la Historia. Llegará un momento en que el tiempo se estanque, pues,
como todo cuerpo perfecto, la entropía habrá desaparecido y se
encontrará en estado de reposo absoluto. Sólo en ese momento darán igual
el pasado y el futuro, puesto que sólo se vivirá en el presente. Ese
momento no está lejano. Los expertos prevén que hacia 2050 se publicará
la edición definitiva del Diccionario de neolengua. Esa es la
fecha que el Ingsoc se ha marcado para controlar la realidad. Una fecha
tal vez utópica, puesto que (y esto sólo puede significar que el Partido
está próximo a alcanzar sus fines) Winston no tiene la certeza de la
fecha en que vive. Elige 1984 como fecha para comenzar su diario por
aproximación, no porque le conste. Es probable que la acción de 1984 ni siquiera transcurra en el año 1984. El tiempo está dejando de existir.
Pero este ideal puede no alcanzarse. En tanto no se hayan borrado
todos los registros del pasado que puedan comprometer el presente, y en
tanto no se haya perfeccionado la estructura mental de los habitantes
de la Oceanía futura, existe el riesgo del libre pensamiento. Y sólo con
la violencia se puede erradicar el germen del individualismo.
3.3.4 Violencia
El Estado debe ejercer la coerción para asegurarse el
cumplimiento de las leyes. Esto es aplicable a cualquier tipo de Estado,
sea totalitario o democrático. Sólo el nivel en que se ejerce esa
coerción determina el tipo de régimen político. Un Estado en el que
priman los mecanismos violentos de coerción es un Estado totalitario. La
Oceanía de 1984 lo es. Bajo la apariencia de utopía, todos saben
lo que les espera si caen en desgracia. El crimental es arbitrario, no
respeta a nadie, padres de familia o miembros del Partido. Ni siquiera
Syme, el ideólogo de la neolengua, escapa a la prisión, a las siniestras
mazmorras del Ministerio del Amor. La violencia es el último recurso,
al que tarde o temprano llegarán todos los culpables de crimental, y se
ejerce de una manera desmedida. El Gran Hermano parece un dios bíblico,
ejerciendo su castigo. O'Brien es una figura casi paternalista, intenta
por todos los medios enseñar a Winston sus errores, convencerlo de lo
erróneo de su actitud, modelando su mente al antojo del Partido,
induciéndolo al doblepensar. Para ello, Winston ha de traicionar aquello
que más quiere y, pese a que Orwell se recrea sin piedad en las escenas
de tortura física (las referencias a la Inquisición son abundantes), lo
más terrible de la novela es lo que acontece dentro de la habitación
101, donde Winston se enfrenta a lo que más teme. Violencia intelectual y
violencia física van unidas en un binomio indisoluble que sólo tiene
una finalidad: perpetuar el Estado de terror y opresión, y no sólo eso,
sino hacerlo con el beneplácito y la firme adhesión y convicción de los
ciudadanos oprimidos. En palabras de O'Brien: «Si quieres hacerte una
idea de cómo será el futuro, figúrate una bota aplastando un rostro
humano... incesantemente».
4. Influencias literarias en 1984
1984 es la más famosa de las distopías. Pero, como hemos
visto, no es la primera de ellas. Tal vez no sea la mejor desde el punto
de vista literario. Ni siquiera es la más terrible. Todos los aspectos
analizados por Orwell están presentes en obras anteriores. Lo cual,
evidentemente, no es un demérito para 1984. podemos afirmar que 1984
es el ejemplo más depurado de distopía, la continuación de una
tradición narrativa que no hace sino advertirnos de los riesgos que
entraña la concentración de poder en unas pocas manos y trata de adoptar
una postura ética para evitar tales situaciones.
El antecedente más claro de 1984 es la novela Nosotros,
de Yevgueni Zamiatin. Su autor era un ingeniero ruso (1884-1937) que
hizo la Revolución con los bolcheviques y cayó en desgracia, hasta el
extremo de padecer el exilio gracias a la intercesión directa de Stalin.
Fruto de su experiencia es la novela Nosotros (1921). En ella se
nos presenta un futuro remoto en el que en apariencia sólo existe el
Estado Único dominado por el Bienhechor. La intimidad es imposible: las
paredes son transparentes y las prácticas sexuales están reglamentadas
muy estrictamente. El pronombre "yo" está proscrito. Los habitantes del
Estado Único ni siquiera tienen derecho a emplear un nombre propio.
D-503 anota sus experiencias en un diario. D-503 es el ingeniero
encargado de construir la primera nave espacial del Estado Único. Una
mujer, I-330, irrumpe en la vida de D-503 y lo pervierte. D-503 empieza a
soñar y desarrolla un alma. El Estado Único tiene que intervenir para
extirparle la fantasía y las ansias individualistas.
La novela de Zamiatin no llegó a ser publicada en Rusia hasta
fechas recientes. Sin embargo, circuló por Europa Occidental durante la
década de los 20 y los 30, y sin duda Orwell la leyó para perfilar
algunos de los aspectos argumentales de 1984. La dictadura que nos presenta Nosotros es más terrible aún que la de 1984,
puesto que se nos presenta como un Estado Único y los ciudadanos
carecen de derecho a la intimidad (con las paredes de cristal de Nosotros, ¿qué necesidad hay de utilizar las telepantallas de 1984?).
Podemos considerar a I-330 como el antecedente de Julia, aunque con una
salvedad: Julia permanece inmune a las enseñanzas de Winston, no lo
pervierte ni se deja influir por él, tan sólo vive una historia de amor
con él y expresa una rebelión a su manera (mediante la liberación
sexual), pero por lo demás es una persona completamente acrítica. I-330,
por el contrario, enseña a pensar a D-503, le abre las puertas de la
duda metódica, lo lanza hacia la clandestinidad. En este aspecto, el
personaje de I-330 resulta más atractivo y poderoso que el de Julia,
mientras que el de D-503 se nos presenta dotado de mayor personalidad
que Winston.
Otra novela que sin duda ejerció una fuerte influencia en 1984 es Un mundo feliz,
de Aldous Huxley (1932). Este británico (1884-1963), curiosamente
alumno de Eton, al igual que el joven Orwell, se muestra más preocupado
por la psicología de personajes. Fiel a sus inquietudes sobre el consumo
de sustancias psicotrópicas, Huxley fundamenta su distopía en el
consentimiento de los alienados. La alienación se produce gracias al
consumo de una droga, el soma, que hace posible ese mundo feliz.
Mediante el consumo de soma los ciudadanos huyen de sus problemas. La
sociedad de consumo hace el resto. Vivimos en el año 632 después de
Ford, el santo patrón de este Estado Mundial. El consumo es una
necesidad. Para concienciar a las masas, nada mejor que convencerlas
desde la misma cuna. Gracias a la ingeniería genética se ha
perfeccionado lo que en la actualidad llamaríamos clonación. Legiones de
seres idénticos, producidos en tubos de ensayo, rígidamente divididos
en castas (desde los superiores alfa, dotados para el trabajo
intelectual y directivo, hasta los disminuidos épsilon, simple mano de
obra), todos son meros engranajes necesarios de una enorme cadena de
montaje, y todos ellos están condicionados desde la infancia mediante el
aprendizaje hipnagógico. Bernard Marx, un alfa con una tara de
nacimiento, trabaja como diseñador de esos programas hipnagógicos,
elabora las frases que, a fuerza de ser repetidas durante el sueño de
los infantes, determinarán el pensamiento de las masas. Pero Bernard,
debido a su tara física, es antisocial. Es contrario al amor libre
imperante, representado por Lenina Crowne, una beta trabajadora en la
Sala de Decantación (el lugar donde los fetos crecen). Ella accede a
acompañarlo a una reserva en la que viven seres humanos sin civilizar,
es decir ajenos a este estado de cosas. Allí topan con Linda, una nacida
en el Estado Mundial que cometió el crimen de quedarse embarazada (el
mayor pecado en este mundo) y engendrar a John, el Salvaje. Con el
Salvaje de la mano, Bernard regresa a Londres. Vemos el idílico mundo
feliz bajo la mirada atenta, crítica y escandalizada de John, sólo para
darnos cuenta de que este mundo feliz, esta inmensa utopía, es terrible,
acaso más terrible que la trazada por Orwell en 1984.
Orwell leyó Un mundo feliz. Las similitudes, desde luego,
existen. Bernard, igual que Winston, trabaja configurando la realidad
que aprenderán los habitantes de Londres: el primero, creando la
realidad; el segundo, sustituyéndola. Lenina y su falta de complejos en
materia sexual son una buena materia prima para Julia. El resto, a
fuerza de presentarnos una distopía basada en la felicidad de los
súbditos del Estado opresor, podría parecer distinto, pero en el fondo
es mucho más terrible: un habitante del mundo presentado por 1984, véase Winston, sabe que está siendo oprimido; un habitante del Estado Único de Un mundo feliz cree que vive en el mejor de los mundos posibles, donde imperan el consumismo y el amor libre.
No son las únicas influencias de 1984, pero sí las más destacables. Entre las distopías más célebres cabría hablar también de La guerra de las salamandras,
de Karel Capek (1936), que nos presenta, con un agudo sentido del
humor, una guerra total, triste anticipo de la Segunda Guerra Mundial,
entre la humanidad y una raza de reptiles dotados de inteligencia. Pero
esto apenas se observa en la obra de Orwell. Busquemos, pues,
influencias fuera de la corriente distópica de la literatura fantástica.
La más evidente es El cero y el infinito, de Arthur Koestler
(1941). Húngaro de nacimiento (1905-1983) y británico de adopción, fue
amigo personal de Orwell, con quien mantuvo un interesante flujo de
correspondencia. Su militancia comunista (1931-1937) lo llevó, entre
otras cosas, a ser condenado a muerte durante la Guerra civil española.
Fruto de sus experiencias y del desencanto sufrido por una Unión
Soviética inmersa de lleno en las purgas estalinistas, escribió El cero y el infinito, una de las novelas más dolorosas que leerse puedan, e inspiradora directa de la tercera parte de 1984. Los interrogatorios y torturas a que es sometido Winston por O'Brien beben directamente de los de esta novela.
5. Influencias de 1984
Pero 1984 es una novela que también ha influido a posteriori, no sólo en la literatura sino también en el cine y en la vida cotidiana.
5.1 Influencias literarias
Las influencias literarias de 1984 se encuentran en la
tradición distópica de la ciencia-ficción. La novela puso el listón tan
alto que nunca más se volvió a presentar un futuro tan negro: hacerlo
hubiera equivalido a incurrir en la autoparodia o la hipérbole
increíble, y la efectividad de 1984 radica en que resulta inquietantemente creíble. Una distopía como Limbo, de Bernard Wolfe (1952), tal vez deba más a Un mundo feliz que a 1984,
pero contiene puntos de interés para el estudioso de la obra de Orwell.
El estadounidense Bernard Wolfe (1915-1986) fue guardaespaldas de
Trotski en su exilio mexicano de Coyoacán y dio a publicar Limbo,
una distopía tan inteligente como mordaz, en la que las diferencias
entre Estados se solucionan mediante una especie un tanto desquiciada de
Juegos Olímpicos. Tras la guerra atómica (fantasma que, curiosamente,
apenas desarrolla Orwell), el credo imperante es el vol amp, la
amputación voluntaria de miembros, que determina el prestigio social. El
mundo está dominado por dos grandes superordenadores. El futuro es
incomprensible. El Gran Hermano no lo entendería: ha quedado superado
por la informática.
También sería aventurado hablar de puntos de contacto entre 1984 y La naranja mecánica,
de Anthony Burguess (1962). La violencia está consagrada como
entretenimiento para la juventud. La caída en desgracia de uno de los
practicantes de la ultraviolencia, Alex, corre en paralelo a la
narración de su reinserción. Pero no se trata de una reinserción
destinada a erradicar la violencia de su ser (se intenta en un primer
momento, dejándolo indefenso ante el mundo exterior), sino encaminada a
hacerle recuperar el instinto agresivo y violento. Es tal vez la única
concomitancia entre ambas obras: un largo proceso, mezcla de
rehabilitación y tortura, que da como resultado una persona del agrado
del poder, hecha a imagen y semejanza de las directrices
gubernamentales.
5.2 Influencias cinematográficas
Podemos hablar de dos adaptaciones cinematográficas de 1984. o mejor dicho, de dos y media.
La primera data de 1956. Fue dirigida por Michael Anderson y
estuvo protagonizada por Edmond O'Brien (como Winston), Jan Sterling
(como Julia), Michael Redgrave y Donald Pleasence. La segunda, fechada
precisamente en 1984, fue dirigida por Michael Radford y protagonizada
por John Hurt (Winston), Suzanna Hamilton (Julia) y Richard Burton
(O'Brien). Ambas son correctas, pero demasiado literales, fallan
precisamente por su intento de ser fieles a la novela de Orwell. Puestos
a destacar, destaquemos un elemento heterodoxo en la segunda: la
música, a cargo del grupo Eurythmics. Además de estas dos películas,
cabe consignar al menos dos adaptaciones televisivas, una fechada en
1954 (dirigida por Rudolph Cartier y protagonizada por Peter Cushing) y
la otra en 1965 (dirigida por Christopher Morahan y protagonizada por
David Buck).
De este modo, nos vemos en la obligación de hablar de la adaptación cinematográfica que haría el lugar "dos y medio": Brazil,
de Terry Gilliam (1985). El director nunca se cansa de repetir que no
había leído el libro, si bien el título provisional de la película era 1984 y medio, un claro homenaje a la novela de Orwell y a la película de Federico Fellini 8 y medio.
La odisea burocrática de Sam Lowry (Jonathan Pryce) se da un aire al
ambiente en que trabaja Winston; muy bien podría ser el Ministerio de la
Verdad, del mismo modo que Ian Holm en el papel de Kurtzmann parece un
doble de George Orwell. Las ensoñaciones de Sam con Jill Layton parecen
los momentos más arrebatados de la historia de amor entre Winston y
Julia. El mundo opulento en que vive la madre de Winston podría ser el
ambiente de las élites del Partido Interior. La caída en desgracia de
Sam y su posterior tortura parecen la plasmación en imágenes más
perfecta y estremecedora de la tercera parte de 1984 novela. Por
supuesto, Gilliam confiere al conjunto un tono satírico (esas bromas
acerca de la inoperancia de la policía secreta, incapaz de horadar un
agujero de las dimensiones adecuadas para capturar –por error-- a un
supuesto disidente político porque «se han vuelto a pasar al sistema
métrico decimal»), así como un componente entre kafkiano y onírico (ese
fontanero comando encarnado por Robert De Niro) de los que carece la
novela de Orwell.
Se podrían encontrar ecos marginales de 1984 en otras películas como The Wall (Alan Parker, 1982), que nos presenta otra "pesadilla de aire acondicionado" con el leitmotiv de la música de Pink Floyd, pero sus similitudes con la novela no dejan de ser eso: marginales.
5.3 Influencias en la vida cotidiana
Lo más terrible de 1984 es que ha trascendido el ámbito
puramente literario y podemos encontrar ecos de la novela en la vida
cotidiana. Cabe hablar de la capacidad anticipatoria de la novela, un
asunto que ha levantado multitud de controversias y que en torno al año
1984 se convirtió prácticamente en el asunto del día en las columnas de
prensa. ¿Qué había en al año 1984 de la novela 1984?, se
preguntaban periodistas, columnistas y tertulianos. La conclusión más
extendida era que Orwell había fracasado como profeta: la dictadura
predicha en sus páginas no había tenido lugar. El mundo parecía respirar
tranquilo: el Gran Hermano nunca gobernó. Orwell ya no era fiable.
Sin embargo, huelga decir que Orwell no era un profeta, sino un
escritor concienciado. No es pequeña la diferencia: como buen
distopista, como buen escritor, como buena persona, Orwell no intentaba adivinar el futuro, sino evitar un futuro posible mediante un alegato que sacudiese conciencias e indujese a la reflexión. El futuro previsto en 1984
resultaba terrible no por el hecho de que Orwell creyese que iba a
tener lugar, sino porque temía que, si las cosas seguían así, podría
llegar a suceder.
¿A qué temía Orwell? Ya hemos visto que la posibilidad de una
dictadura casi mundial, capaz de manipular los medios de comunicación y
anular la voluntad y la memoria de los ciudadanos, le parecía la peor de
las posibilidades. 1984 es una advertencia demasiado poco sutil, desesperada, muy evidente. Homenaje a Cataluña
llegaba en mal momento: la Unión Soviética aún era la mejor garantía en
la lucha contra el fascismo internacional. La II Guerra Mundial aún no
había empezado. Rebelión en la granja tampoco llegó en buen
momento: la guerra estaba recién ganada, la Unión Soviética había
salvado la democracia en el mundo y la fábula moral propuesta por él
resultaba demasiado evidente. Por momentos, Orwell cree que la batalla
está perdida, que de nada servirá denunciar el totalitarismo. Parece que
la Unión Soviética ha formado una alianza contra natura con las
potencias democráticas occidentales, con el único fin de silenciar la
verdad. El inicio de la guerra fría da lugar a una lucha de bloques que,
con la irrupción de la China comunista, conforma un panorama
internacional inquietante: el fantasma de una guerra total acecha. Es
una guerra de baja intensidad, manifestada en conflictos puntuales, pero
siempre con el fantasma de la conflagración mundial rondando. Puesto
que la guerra militar no resulta conveniente, las mejor arma para ganar
el conflicto no declarado es otra: la guerra propagandística. Para
ganarse a la opinión pública, ambos bandos crean un ambiente de
confrontación (un enemigo identificable) y no dudan en tergiversar los
medios de comunicación, e incluso la historia, de acuerdo con sus
propios fines. Sólo así se tendrá una ciudadanía completamente
convencida de la maldad del enemigo (lo cual garantiza la cohesión del
grupo) y dispuesta a casi todo por defender su integridad territorial.
La disidencia interna se castiga con la cárcel y la tortura (los gulags
soviéticos) o con el silenciamiento (la caza de brujas maccarthista en
los Estados Unidos). Si el odio al rival no bastase para mantener unida a
la nación, existen otros métodos para hacerlo: el recurso a una figura
carismática, un líder. Si aun así ello no bastase, el poder dispone de
suficientes medios de comunicación y mecanismos ideológicos para anular
todo vestigio de discrepancia. Si el equilibrio de poderes variase, si
cambiasen las circunstancias o las alianzas, el sistema no puede
permitirse el lujo de reconocer su error. Necesita, por tanto, modificar
la realidad, hacer creer a la ciudadanía que todo lo que sucede obedece
al interés común, que éste siempre ha sido inmutable y que quien se
atreva a desenmascarar las contradicciones surgidas a lo largo de este
proceso es necesariamente antipatriota y, por tanto, merece ser
castigado. El ciudadano tiene que aprender a pensar que el enemigo de
hoy, por muy odiado que sea, puede ser el aliado de mañana; que lo que
hoy es blanco mañana puede ser negro. Si no se confía en la nación y en
el líder, difícilmente se podrá ganar la guerra contra el Otro, fin
último de la existencia del Estado. Si en el camino hay que prescindir
de la verdad o adecuarla a la situación existente, se hace. Si hay que
hacer pequeñas trampas mentales, mentirse a sí mismos, también se hace.
Este esquema resulta independiente de la forma de gobierno. En
democracia o bajo una dictadura, el poder sólo busca perpetuarse, y la
superestructura ideológica es la mejor aliada de los mecanismos
coercitivos. De este modo, Orwell no está aventurando un futuro
terrible, sino describiendo un modus operandi propio de un
enfrentamiento entre bloques. Orwell, en primer lugar y como objetivo
inmediato, critica toda forma de totalitarismo, en particular el
comunismo estalinista, pero ya ha ido un paso más allá de la denuncia
efectuada en Rebelión en la granja. Su denuncia es mucho más radical. Nos advierte en contra de todos
los mecanismos de manipulación de masas. Emplazando su distopía en una
Gran Bretaña colonizada por los Estados Unidos da a entender que ninguna
región del mundo escapa a la manipulación.
Orwell, por tanto, retrata la situación del mundo en 1948, año en
que comenzó a escribir la novela. De hecho, 1984 es el resultado de
invertir las dos últimas cifras de aquel año. Esta situación persiste en
la actualidad. La caída del bloque comunista soviético y el
acercamiento de China a los postulados de la economía capitalista de
mercado tal vez tracen un panorama geoestratégico distinto. El enemigo
ha pasado a ser difuso, toda vez que el posible enfrentamiento entre
mundo occidental y mundo árabe no parece ser tal (no olvidemos que los
Estados Unidos y sus aliados cuentan con el apoyo de casi todos los
gobiernos árabes y arrastran en su contra a casi toda la opinión pública
de sus países). La amenaza ha pasado a ser genérica, la lucha contra el
terrorismo o el «eje del mal», tan sólo existe una potencia que pueda
ser considerada hegemónica. Este cuadro no tiene nada que ver con la
situación descrita por Orwell. Sería muy fácil ceder a la tentación de
considerar 1984 como una falsa profecía.
Y, sin embargo, las actitudes descritas por Orwell siguen ahí. No
es necesario recurrir a la represión pura y dura para mantener
cohesionada la sociedad. Una dictadura como las descritas por Orwell no
es viable en una sociedad capitalista liberal. ¿Por qué? Pues porque
existen mecanismos más sutiles para sojuzgar a la ciudadanía.
El control social ha mutado. Se puede incrementar el recorte de
los derechos civiles sin que ello suponga un coste electoral para las
fuerzas que lo ponen en marcha: al fin y al cabo, se realizan para
garantizar la libertad de los ciudadanos frente a amenazas exteriores
(la guerra contra el terrorismo internacional) o internas (la lucha
contra el terrorismo local, la delincuencia y la inmigración ilegal). No
es necesario recurrir a la dictadura y las torturas no dejan de ser
incidentes aislados y relativamente justificados por la Constitución
(sólo cuando se produce la supresión de libertades individuales del
ciudadano, para los supuestos de estado de excepción y estado de sitio).
Mediante los mecanismos democráticos y constitucionales, la ciudadanía
cede parte de su soberanía al Estado, con la finalidad de proteger su
integridad física.
Es en este punto donde la terminología de Orwell ha arraigado en la opinión pública. 1984
no sólo describe una situación existente, sino que proporciona las
herramientas para dar nombre a determinados comportamientos descritos.
Cuando decimos "el Gran Hermano te vigila", evidentemente no nos
referimos al dictador benevolente y temible de la novela de Orwell, sino
a la maquinaria estatal aplicada al escrutinio sistemático de los
comportamientos del individuo. El Gran Hermano no es un partido político
o una persona, sino el Estado mismo. El Ministerio de Hacienda, que
posee todos nuestros datos fiscales. El Ministerio del Interior, que
posee todos nuestros historiales delictivos. El Ministerio de Sanidad,
que posee todos nuestros historiales clínicos. La Agencia de Protección
de Datos, que posee la llave para que empresas, bancos y compañías de
seguros sepan quiénes somos, qué comemos, qué enfermedades padecemos,
qué situación económica atravesamos... en resumen, la clave para
conocernos mejor de lo que nosotros nos conocemos a nosotros mismos.
Éste es el Gran Hermano real y actual, una maquinaria puesta a nuestro
servicio y, por tanto, mucho más temible que el dictador de Orwell,
puesto que existe y es inevitable.
No es el único punto de la realidad cotidiana en que el lenguaje
orweliano se ha infiltrado en el habla coloquial. La manipulación
informativa a veces hace aflorar las referencias a Orwell y su obra.
Cuando el político de turno afirma como dogma de fe indiscutible una
opinión que poco antes denigraba, la expresión doblepensar acude a
nuestras mentes. Ya ha dejado de resultar extraño que expresiones que
parecen salidas de 1984, tales como "la guerra es la paz", estén en boca
de la clase dirigente y, peor aún, ya no nos extrañen. Ya están
asumidas como parte indisoluble de su discurso político.
6. Conclusiones
A modo de conclusión, ¿qué hay de 1984 en nuestro mundo
actual? Parece ser que mucho, y más de lo que quisiéramos. La
advertencia de Orwell parece haberse convertido en realidad, tal vez de
una manera más sutil y, por supuesto, menos lesiva para la sensación de
libertad individual. El futuro opresivo descrito por Orwell se ha
convertido en un presente en el que impera la sensación generalizada de
libertad y comodidad, de utopía realizada, pero en realidad los
mecanismos de control son los mismos. En resumen, la definición misma de
distopía, tal como la enunciábamos en otro momento de esta conferencia.
Una situación más próxima a la distopía descrita por Aldous Huxley en Un mundo feliz,
en la que la sumisión de las masas pasaba ineludiblemente por el
condicionamiento hipnagógico, las drogas de diseño y la sociedad de
consumo; un modelo igual de impersonal que el de 1984, pero
envuelto en una apariencia mucho más humana y deseable. Motivos que
hacen que la distopía de Aldous Huxley sea mucho más temible que la de
George Orwell. Pese a su fama, 1984 no nos presenta, ni de lejos, el
peor de los futuros posibles.
A decir verdad, es probable que 1984 ni siquiera sea el
libro más terrible de Orwell. Demasiado maniqueo, como por otra parte la
mayoría de su obra, carece de los matices de Rebelión en la granja y de la espontaneidad y vividez de Homenaje a Cataluña.
Es demasiado poco sutil, y ello le hace perder parte de su pretendido
efecto denuncia. Pese a que su fin último es denunciar cualquier forma
de totalitarismo, tanto los existentes en el momento de ser escrita como
los que probablemente habrían de surgir (siguiendo la cronología
interna de la novela, el Gran Hermano no aparece en la historia hasta
los años 60, con la revolución ya consolidada), es asimismo una metáfora
demasiado transparente del estalinismo. El Gran Hermano es Stalin.
Emmanuel Goldstein es Trotski, su archienemigo, su compañero de
revolución, a la cual supuestamente traiciona. Orwell ha vivido la
persecución de las milicias trotstkistas del POUM durante su estancia en
Cataluña y Aragón. También sabe lo que es exponerse a la censura por
divulgar opiniones opuestas al estalinismo. Todo ello lo convierte en un
compañero de viaje de Trotski. Aunque la ideología de Orwell no era
propiamente trotskista, el hecho de denunciar los excesos del
estalinismo (en Homenaje a Cataluña, por la vía del periodismo de denuncia; en Rebelión en la granja, mediante una fábula animal; en 1984,
recurriendo al tremendismo), en la práctica termina por servir a los
intereses de Trotski. La crítica abierta de la represión de las milicias
del POUM en Homenaje a Cataluña, la persecución de Snowball en Rebelión en la granja y la introducción del personaje de Emmanuel Goldstein en 1984 son manifestaciones de un alineamiento inequívoco del lado de Trotski.
O tal vez no. Del mismo modo que jamás vemos al Gran Hermano, es
tan sólo una referencia abstracta, una suerte de divinidad que encarna
los valores fundamentales del Estado de Oceanía, tampoco sabemos a
ciencia cierta quién es ni cómo se comporta Emmanuel Goldstein. Las
únicas manifestaciones de la existencia de Goldstein, aparte de la
confusa Hermandad (en realidad, un cebo para atraer disidentes a las
garras de la Policía del Pensamiento), es un texto completamente inocuo y
meramente descriptivo del funcionamiento de Oceanía y de las
interioridades del Partido. Teoría y práctica del colectivismo oligárquico apenas
tiene elementos escandalosos; no es más que un manual de divulgación.
De hecho, podría ser un libro de texto para los cuadros del Partido
Interior, ya convencidos de las bondades del régimen gracias al proceso
del doblepensar.
Ni el Gran Hermano ni Goldstein se nos muestran a lo largo de 1984.
Tan sólo disponemos de referencias inconcretas: el Gran Hermano es
bueno, es la esencia y elemento unificador del Estado, es amor;
Goldstein es malo, es el enemigo externo e interno que amenaza con
disgregar el Estado, es odio. Sin el uno, el otro no podría existir. El
Gran Hermano necesita a Goldstein para que su dictadura y el estado de
guerra perpetuo que su régimen mantiene adquieran algún sentido.
Siguiendo la lógica de la novela, el Gran Hermano tiene agentes
muy poderosos encargados de perpetuar al Partido en el Poder. El
Ministerio del Amor es el más notable. Todo el peso del Estado se
encamina a mantener a los súbditos fuera del alcance de la nefasta
influencia de Goldstein. O'Brien es el máximo ejemplo, capaz de tender
una trampa a Winston y Julia para anularlos como personas, pues han
caído en el crimental.
Ahora bien, ¿cuáles son los agentes de la Hermandad de Goldstein?
En los Dos Minutos de Odio se proyectan imágenes de Goldstein, el
enemigo eterno, sobre un fondo bélico, la guerra que Oceanía libra con
Eurasia. Pero Goldstein no es el Gran Hermano eurasiático, sus
motivaciones pueden haberlo llevado a traicionar a su país,
probablemente se encuentre refugiado en Eurasia si con ello ayuda a
derrocar al Gran Hermano, pero en ningún caso resulta creíble la idea de
que domine los destinos de los eurasiáticos. Goldstein lucha contra el
Gran Hermano (y, por ende, contra Oceanía), pero no es un líder con
poder efectivo. Según la propaganda de guerra, es identificado con
Eurasia, el actual enemigo de Oceanía. Pero, como vemos al final de la
novela, el enemigo de Oceanía ya no es Eurasia sino Asia Oriental, y
siempre ha sido el enemigo, el único enemigo. Goldstein pasará entonces a
ser un traidor vendido a Asia Oriental. Realmente hace falta un
esfuerzo de doblepensamiento, al alcance de todos los miembros del
Partido y muchos de los perfectos ciudadanos, para creer en estos
vaivenes. Pero el combate contra el Gran Hermano no se desarrolla en el
frente exterior, sino en la realidad cotidiana. La Hermandad es una
organización que funciona dentro de Oceanía. Necesita, pues, agentes
infiltrados en la sociedad.
¿Quiénes son estos agentes? Durante un tiempo, Winston y Julia.
Son los únicos que conocemos. O'Brien les advierte de que tarde o
temprano los detendrán y sustituirán por otros, en una espiral
aparentemente sin fin, en la que el crimental conduce irrevocablemente a
la Hermandad, la Hermandad conduce irremediablemente al Ministerio del
Amor (la temida habitación 101) y el Ministerio del Amor conduce
irremediablemente a la vaporización y la nopersona, el no ser, el no
haber existido nunca. "Tú no existes", replica O'Brien a Winston en un
momento de su lavado de cerebro.
O'Brien. Siempre O'Brien. El agente secreto de la Policía del
Pensamiento. El amigo de Winston que se le aparece en sueños para
inducirlo al crimental. El agente de la Hermandad.
Gran Hermano. Hermandad. O'Brien. Tres vértices de un triángulo.
Una persona que, en apariencia, actúa como agente doble. Aunque, si nos
detenemos a pensar, se trata de un pésimo agente doble, pues siempre,
inevitablemente, los agentes que gana para la causa de la Hermandad
(Goldstein) terminan siendo torturados por él mismo en el Ministerio de
la Verdad.
La pregunta que uno se plantea es: ¿Existe verdaderamente
Emmanuel Goldstein? ¿No se tratará de un cebo que las autoridades ponen a
disposición de los incautos cuyas convicciones flaquean y, no siempre
por su propia voluntad, incurren en el crimental? Goldstein es el
enemigo del Gran Hermano, resulta evidente que su naturaleza ha sido
desvirtuada por la propaganda del régimen para convertirlo también en el
enemigo de Oceanía, en la encarnación de todos sus males. El juramento
que Winston y Julia realizan de sumisión a la Hermandad es una
declaración de guerra al Estado. Si la naturaleza de Goldstein ha sido
desvirtuada tras su presunta huida de Oceanía; si nada de lo que asegura
la propaganda es cierto; si nadie ha visto a Goldstein y sus únicos
agentes son en realidad miembros de la policía secreta del régimen, ¿qué
nos impide pensar que en realidad Goldstein es una fabulación, un
invento del régimen, un archienemigo diseñado para glorificar por
defecto al Gran Hermano y para cazar a los disidentes? Es probable que
en el pasado existiera un Emmanuel Goldstein, que se enfrentase con el
Gran Hermano y que tuviese que huir de Oceanía; pero de ahí a suponer
que ejerza una influencia decisiva en la lucha contra el régimen media
todo un abismo. Sabemos que el trotskismo no influyó en la lucha interna
contra el estalinismo. Había otras fuerzas (religiosas, nacionalistas,
cívicas) que, indiscutiblemente apoyadas desde el exterior (por el
Vaticano, Irán y los Estados Unidos), encabezaron la democratización e
independencia de las repúblicas que componían la URSS. Pero en ningún
momento hubo ningún partido trotskista que interviniese de forma directa
en este proceso. Y, sin embargo, durante muchos años la propaganda
oficial estalinista se encargó de culpar a conciencia a Trotski, al
traidor, de todos los males de la Nación. Orwell no vivió para ver este
proceso, pero la lógica planteada en 1984 es la misma. Goldstein
es el enemigo oficial, pero en la práctica no es relevante para derrocar
el régimen. No cuenta con agentes, los que se presentan como miembros
de la Hermandad son en realidad sicarios del Gran Hermano, y su
ideología es casi inexistente, apenas un puñado de obviedades. Las
esperanzas de Winston siempre estuvieron puestas en los proles, los
miembros de la sociedad más ajenos a las proclamas del Gran Hermano,
algunos de ellos incluso conscientes de que hubo un pasado anterior al
Gran Hermano en el que existía un nivel de vida equiparable o superior
al actual. Para ellos, en cierto modo el Gran Hermano no existe.
Porque esta es la pregunta fundamental: ¿existe el Gran Hermano?
El Gran Hermano irrumpe en la historia de Oceanía en un momento
inconcreto. Winston cree recordar que en torno a la década de los 60,
veinte años antes de la fecha en que transcurre la novela. A diferencia
de Goldstein, el Gran Hermano no participó en la Revolución, al menos
con ese título. El Gran Hermano no realiza apariciones en público. Es
glorificado, es el líder, el conductor del ejército hacia la victoria
sobre el enemigo externo, el garante de la victoria sobre la disidencia
interna, el caudillo que proporcionó todos los adelantos científicos y
técnicos conocidos a sus amantísimos hijos, es el padre, es el dios.
Pero nadie recuerda haberlo visto en persona. Nadie recuerda en qué
momento apareció en la vida pública. No tiene un origen definido, es un
ser casi mítico sin historia, en una sociedad que, gracias a la
manipulación ideológica e informativa, sabe que la historia no existe,
que lo que hoy es mañana no será, no habrá sido nunca.
¿Existe el Gran Hermano? La pregunta es difícil de responder. Tal
vez sí, tal vez no. ¿Existe Goldstein? Por lo que hemos visto, es
cierto que en un pasado remoto existió un Emmanuel Goldstein, pero no es
el mismo contra el que alertan las autoridades, pues el Goldstein
actual no existe, es una mera invención, una herramienta represora más.
Tenemos, pues, a un Goldstein que en el pasado existió pero en la
actualidad es sólo un nombre, una franquicia que encarna al mal, y a un
Gran Hermano, su opuesto, que no tiene pasado, nadie sabe en qué momento
apareció en escena y representa todos los valores positivos de la
sociedad. Todas las atrocidades represoras se cometen en nombre del Gran
Hermano. Todas las atrocidades que conducen a la represión se cometen
en nombre de Goldstein. Sin las primeras, no se podrían justificar las
segundas, que son la razón de ser del Régimen. Goldstein y el Gran
Hermano se necesitan mutuamente y, si el primero no existe, ¿por qué
habría de hacerlo el segundo? O son la misma persona o no son ninguna
persona en absoluto. La decisión queda a la libre interpretación de cada
cual.
Según leemos en Teoría y práctica del colectivismo oligárquico,
es probable que Eurasia y Asia Oriental tengan sus propios Grandes
Hermanos (y, suponemos, sus Goldstein particulares). En un ejercicio de
imaginación, podemos suponer que si Eurasia es la evolución lógica de
una Europa continental invadida por la Unión Soviética, ambos papeles
correspondan a los propios Stalin y Trotski, respectivamente. Lo cual
nos lleva a preguntarnos si Stalin y Trotski, de manera análoga al Gran
Hermano y Goldstein, existen en realidad. Y, más allá, si existen la
propia guerra en la que se sustentan el Gran Hermano y su régimen o
incluso si existen los tres grandes bloques que pugnan en esa guerra.
Queda un último punto por analizar. 1984 es la historia de
la resistencia de un individuo, Winston, a ser absorbido por todo un
sistema. En toda distopía que se precie, este intento está abocado al
fracaso. El D-503 de Nosotros es reinsertado en la comunidad. Bernard Marx y el Salvaje de Un mundo feliz
padecen destinos diferentes, pero ambos se saldan con derrota: el
primero es deportado a Islandia, el segundo se ahorca ante su
desesperación por la sociedad perfecta descrita por Huxley. Winston y
Julia se traicionan mutuamente y a ellos mismos y son vaporizados en 1984.
Toda forma de lucha del individuo frente al sistema represor es una
quijotada que no puede acabar bien. Frente a ello, sólo cabe una opción:
integrarse en la multitud, de modo que no puedan anularte como persona.
Si no piensas como la masa, al menos camúflate bien entre ella. En
cierto modo, es el destino al que están abocados los héroes solitarios
de las novelas de aventuras (el señor Kurtz de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, ha de ser eliminado como castigo a su heterodoxia) y terror (el Robert Neville de Soy leyenda,
de Richard Matheson, termina convertido en un monstruo: es el único ser
humano vivo entre una sociedad de vampiros; él es el extraño, el que
debe ser eliminado). Las distopías radicales del periodo clásico de este
subgénero no nos ofrecen ninguna solución, se limitan a recordarnos que
el empeño es inútil.
Ahora bien, cabe preguntarse si en realidad Winston Smith es derrotado. 1984
concluye con la derrota de Winston, con su lavado de cerebro y
reinserción momentánea en la vida laboral, presagio de una pronta
vaporización. Sin embargo, Orwell ofrece un post-scriptum, el
ensayo titulado "Los principios de la neolengua", en el que teoriza
acerca de lo que hemos visto en la novela. Comprendemos el
funcionamiento de la neolengua, su estratificación en niveles de
dificultad, tanto más desarrollados cuanto más elevado el nivel de
jerarquía dentro del Partido. Desde el punto de vista de un filólogo,
sin duda resulta una lectura fascinante. Para el interesado en la
sociología y en la política, también. Para el aprendiz de literato, es
un modelo de construcción de un universo narrativo coherente. Para el
conferenciante empeñado en sacarle punta a la novela, arroja las claves
que necesitamos para descubrir un hecho que tal vez pasara desapercibido
para los lectores: es posible que el régimen del Gran Hermano haya sido
derrotado. Orwell nos ofrece indicios que apuntan en esta dirección.
Bien es cierto que son indicios un tanto inconsistentes, pero merece la
pena pensar en ellos.
Para empezar, este apéndice está escrito bajo la forma de un
ensayo. La tercera persona del narrador, implicado en la historia que
relata, desaparece para dar paso a una tercera persona completamente
aséptica, ajena a la novela: tan sólo se nos ofrece un ensayo sobre
lingüística. Lo habitual en la literatura especulativa, cuyo marco
temporal se desarrolla en el futuro del lector, es recurrir a este tipo
de ensayos para aclarar algunos aspectos confusos o no suficientemente
desarrollados en la narración. Orwell recurre, pues, a este subterfugio
para explicarnos el funcionamiento de la neolengua. El ensayo comienza
así:
"La neolengua era la lengua oficial de Oceanía y fue creada para
solucionar las necesidades ideológicas del Ingsoc o Socialismo Inglés.
En el año 1984 aún no había nadie que utilizara la neolengua como
elemento único de comunicación, ni hablado ni escrito. (...) Se esperaba
que la neolengua reemplazara a la vieja lengua (o inglés corriente,
diríamos nosotros) hacia el año 2050."
En apariencia se trata de un texto muy aséptico. Demasiado, de hecho.
Sin embargo, ¿no llama la atención el empleo de tiempos verbales? La
toma de partido de Orwell en la novela hace más llamativa esta asepsia.
El recurso al tiempo verbal con que se narran los orígenes de la
neolengua, sin embargo, resulta muy revelador. Según la lógica de 1984,
Winston cae, la resistencia es aplastada una vez más, la maquinaria
estatal se comporta como la bota que pisa indefinidamente cuantos
rostros humanos se le interpongan. El Partido triunfa y está más cerca
de lograr sus objetivos: mantenerse en el poder perpetuamente, borrar la
corriente temporal, controlar el futuro. Orwell debería narrar el
desarrollo de la neolengua desde un futuro en el que el Partido ha
conseguido sus objetivos, pues el final de la novela es meridianamente
claro: el Partido ha triunfado sobre Winston y Julia. Sin embargo, "Los
principios de neolengua" matizan este discurso. Para empezar, Orwell
escribe el ensayo en inglés. Quiere decirse con esto que en el futuro
desde el que Orwell escribe el ensayo, posterior al año 1984, las
referencias a la neolengua están escritas en inglés corriente, no en
neolengua. De la neolengua se nos precisa que era la lengua oficial de Oceanía y que estaba
prevista su completa implantación antes del 2050. Aunque parezca una
perogrullada, no se nos afirma que la neolengua sea la lengua oficial de
Oceanía en el momento, posterior a los sucesos narrados en la novela,
en que está escrito el ensayo. Se habla de la neolengua en pasado, así
como del calendario fijado para su implantación. Podemos suponer, por
tanto, que la neolengua ya no existe. Lo cual nos permite suponer, sólo
suponer, que el empeño del Gran Hermano y del Ingsoc de implantar una
lengua artificial ha fracasado. Lo cual nos lleva a suponer, sólo
suponer, que tal vez con el derrumbe de este empeño faraónico se vino
abajo todo el edificio en que se sustentaba el sistema. Orwell nos está
ofreciendo un indicio razonable de que se puede luchar contra el Gran
Hermano y, quién sabe, quizá derrotarlo.