FOTO DE FAMILIA.
Laura González, Servanda García, Antonio Trevín, María Jesús
Álvarez, María José Ramos, Paz Fernández Felgueroso, María
Teresa Fernández de la Vega, Vicente Álvarez Areces, Begoña
Piñero y Sila Murillo, ayer, ante la Casa Malva. /
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La Casa Malva no sólo es el primer
Centro de Atención Integral a Mujeres Víctimas de la Violencia de
Género del país, sino, también «el referente a imitar» para todos
los centros de acogida a maltratadas que hay en España, los cuales
deberán abandonar su actual anonimato para «dejar de esconder a las
mujeres maltratadas de una forma vergonzante e indigna». Así lo
aseguró ayer en Gijón la vicepresidenta primera del Gobierno, María
Teresa Fernández de la Vega, quien encabezó la inauguración oficial
del complejo de Montevil, ubicado en la confluencia de las calles
Les Cigarreres y Sor Juana Inés de la Cruz, en un acto
multitudinario en el que participaron más de 200 personas, así como
dos grupos dos grupos de protesta: la asociación de padres, que
reclamaba la custodia compartida de los hijos, y un grupo de
trabajadores de la Residencia Mixta de Pumarín, que exigían más
plantilla.
En la tribuna de oradores para la presentación
oficial de este macrocentro, formado por 10 pisos de emergencia, 20
pisos de larga estancia y 12 viviendas tuteladas, arropaban a la
vicepresidenta Vicente Álvarez Areces (con corbata malva); la
consejera de la Presidencia, María José Ramos, así como las
titulares de Vivienda y de Medio Rural, Laura González y Servanda
García. A ellas se sumó la directora del Instituto de la Mujer, Rosa
Perís; el delegado del Gobierno en Asturias, Antonio Trevín; la
presidenta de la Junta General, María Jesús Álvarez, y Paz Fernández
Felgueroso. Todos coincidieron en que estaban viviendo un momento
«histórico» porque la Casa Malva «es un hito en la lucha contra los
malos tratos», aseguró Areces, quien se mostró convencido de que el
modelo gijonés «supondrá un parón para esta lacra social».
La
razón es que éste será el primer centro de acogida del que se conoce
su ubicación, además de que suma todo tipo de servicios para las
víctimas, como la atención psicológica, médica, formación laboral,
ayuda para la búsqueda de empleo y de vivienda. A su vez, cuenta con
un programa específico para los hijos de las mujeres agredidas, para
evitar que repitan en su vida adulta el drama que ha marcado su
niñez.
Con todos estos elementos, la Casa Malva es «un sueño
hecho realidad», según calificación de Rosa Perís, quien confirmó
que los responsables de todos los centros de acogida del país
«visitarán la casa para conocer su formato e imitar su
funcionamiento». De momento, solo Castellón está levantando un
edificio similar, «pero muchas autonomías están adaptando sus
propias casas de acogida al modelo que hemos implantado en Gijón»,
apostilló la directora del Instituto de la Mujer.
Lágrimas de
emoción
Pero la inauguración de ayer se salió del
protocolo habitual de este tipo de actos oficiales para dejar paso a
la emoción. De hecho, la Casa Malva registró ayer las primeras de
las muchas lágrimas que acogerá tras su entrada en funcionamiento,
prevista para julio, como las derramadas por la concejala de
Educación, Carmen Rúa, quien no pudo contenerse ante la exposición
del vídeo que explica el porqué del complejo gijonés.
Más
serenas, aunque también con los ojos brillantes, los nombres más
citados en el acto, María José Ramos y Felgueroso, «porque sin
ellas, esto no hubiera sido posible», dijeron tanto Areces como De
la Vega.
La propia vicepresidenta se mostró muy cariñosa y
cómplice durante todo el acto con ambas, especialmente durante la
visita al edificio, en la que la portavoz del Gobierno repitió
varias veces que «'ta' precioso'», para sentenciar que «se nota que
está hecho por mujeres». Todas las viviendas son accesibles para su
uso por personas con discapacidad «y tienen tendedero para la ropa»,
bromeó.
También juntas descubrieron el monolito que
representa la casa, una silueta realizada por el artista Juan Stové,
en la puede leerse el poema de Berta Piñán 'Una casa' que se ha
convertido en el lema del edificio. En la despedida, la complicidad
volvió de nuevo a reflejarse, con el regalo de una pulsera de María
José Ramos a Teresa Fernández de la Vega del color de la jornada.
Malva.
ctuya@elcomerciodigital.com