AES, LA ALTERNATIVA POSIBLE.
En octubre del año 2003, un grupo de hombres y mujeres, preocupados por el devenir de España, tras una profunda reflexión, sintiendo que era necesario hacer algo, decimos poner en marcha un proyecto que denominamos Alternativa Española. Un proyecto de restauración nacional al que llegamos por una preocupación ética. Lo hicimos pensando que era necesario introducir en la vida pública, nuevamente, aquellos Valores y Principios que habían sido desvirtuados, marginados o arrinconados por las dos grandes opciones políticas españolas, PP y PSOE.
AES nacía con el objetivo fundamental de darles valor y peso en el debate político, porque entendíamos que esos Valores y Principios sólo serían tenidos en cuenta si un grupo político asumía su representación y conseguía: primero, llevarlos al debate político y social; segundo, darles voz en las instituciones.
Los hombres y mujeres que formamos Alternativa Española hemos llegado a la política para defender las ideas trascendentes, porque no queremos subordinar esas ideas a la necesidad de obtener votos.
Los hombres y mujeres de AES estamos en la vida pública para edificar un proyecto político capaz de defender: la identidad, la unidad, la integridad y la cohesión de España y de los españoles; los Valores y Principios derivados de la Ley Natural, de la moral objetiva y de la muy elaborada Doctrina social católica; los valores morales basados en la Norma; la Vida y la Familia; la humanización de la vida económica.
Los hombres y mujeres que trabajamos en AES participamos en la vida pública española desde una perspectiva cristiana, social y occidental.
AES no se adscribe a las etiquetas políticas nacidas en el siglo XIX de izquierdas y derechas. Situándose en la realidad social del siglo veintiuno se presenta como una alternativa política transversal, con un discurso social y cristiano. La transversalidad es, precisamente, lo que nos permite trabajar por la preservación de nuestros valores tradicionales, de los elementos permanentes de nuestra sociedad; y, al mismo tiempo, reclamar una redefinición y ampliación del Estado del bienestar, defender los derechos sociales de los ciudadanos, promover políticas de redistribución de la riqueza y hacer a todos dueños de sus propios destinos. La transversalidad, opción política del siglo veintiuno, es el carácter que da sentido y diferencia nuestro proyecto político.
AES es, en pocas palabras, el proyecto político de los hombres y mujeres que consideran posible una España moderna sin renunciar a sus raíces cristianas, forjadas en el nacimiento y en la historia católica de nuestra Patria; de quienes quieren demostrar que, por encima del bipartidismo, hay otra forma de hacer y de estar en política; de mantener, sin complejos, sin tener que ceder ante la presión de lo “políticamente correcto”, todas y cada una de las alternativas que ofrecemos. Ésta es nuestra aspiración y nuestra obligación.
Por una nueva opción.
Son muchos los españoles que, a
diario, en su lugar de trabajo, en su casa, en su ambiente familiar, siendo
conscientes de que es imposible vivir en otra realidad, de que los mundos aparte
son una entelequia, disienten de un tiempo en el que los Valores y Principios en
los que fueron educados, en los que quieren vivir, esos que quieren transmitir,
como su mejor legado, a las generaciones futuras, son sistemáticamente orillados
cuando no atacados.
Quienes creen que la Vida, la Familia, España o la Moral objetiva son categorías permanentes de razón, no estando subordinadas a las modas o a los caprichos políticos; quienes estiman que nuestras raíces cristianas son las que deben sustentar la sociedad; quienes aspiran a tener la libertad suficiente para educar a sus hijos en consonancia con sus Creencias, Valores y Principios; quienes esperan poder deambular por unas calles en las que prime la seguridad física, patrimonial y moral; quienes aspiran a que el derecho de los justos prime sobre el de los que les hacen la vida y el trabajo imposible gracias a la benignidad de la ley; quienes viven ahogados por una realidad económica que amplía las diferencias sociales; quienes se dan cuenta de que la clase política española se ha vuelto endogámica, que es una casta, y que para ella no lo primordial no es estar al servicio del bien común; quienes no se sienten representados, aunque les presten su voto, por ninguna de las dos grandes opciones políticas; quienes están cansados de que su voto sólo sirva para sustentar mayorías o alianzas, que no sólo acaban prescindiendo de esos Principios y Valores sino que, al final, legislan contra los mismos y contribuyen a su pausada demolición; quienes piensan que no todo se soluciona con promesas de rebajas y ayudas económicas, hechas al viento de las elecciones…, todos ellos, si se deciden a seguir el dictado de la razón tienen, ahora, una oportunidad.
La oportunidad de dar aliento a una alternativa que muestra, día a día, con su trabajo, que existe otra forma de estar y actuar en política. La oportunidad, llegado el caso, de con los votos decir: no estáis solos, vuestra labor debe continuar. La oportunidad de hacer ver, a otras fuerzas políticas, que algo está cambiando, que para un segmento de la sociedad lo trascendente no es reducir un punto el IRPF sino defender la Vida, la Familia, España y nuestras raíces cristianas. La oportunidad de que un voto, aparentemente testimonial, se transforme en el más útil de los votos. La oportunidad de que Principios y Valores, que han sido y están siendo marginados de la vida pública española, retornen al debate político. La oportunidad, con ese apoyo electoral, de contribuir al desarrollo de una opción distinta, de una opción transversal, de una alternativa política social-cristiana.
Votantes de valores.
España es hoy una nación que se
aleja, año tras año, del peso del ayer. Las apelaciones que, aún hoy, hacen los
partidos, de centroliberal o de izquierdas, a referentes de hace veinte o
treinta años, al igual que los miedos que agitan para mantener unas cuotas de
voto que, ideológica y sociológicamente, se alejan desencantados de ellos, que
son testimonio de un profundo miedo a la libertad, son ya, para varias
generaciones de españoles, que miran hacia un mañana incierto, simplemente
historia; generaciones para las que ya no resultan suficientes las imágenes
míticas; generaciones que comienzan a vislumbrar que las promesas coyunturales
se diluyen y son abandonadas cuando no están edificadas desde unos Principios y
Valores concretos y objetivos. La política considerada como el arte de lo
posible, la política del pragmatismo, se va tornando insuficiente para quienes
asumen que ésta, puesta al servicio del bien común, no tiene por qué renunciar a
alcanzar lo aparentemente imposible.
Son ya muchos los lugares en los que, además de existir un voto centrista, un voto liberal, un voto conservador o un voto socialista, ha tomado carta de naturaleza el voto de valores, siendo así tenido en cuenta por las endogámicas clases políticas. Un nuevo tipo de elector ha surgido y, estamos seguros, irá creciendo en España. Para éste, por encima de las consideraciones de corte pragmático, por encima del “miedo al otro”, por encima de la altamente materialista primacía de lo económico, prima la necesidad de que determinados Valores y Principios vuelvan a contar en la vida pública de las sociedades occidentales, subordinando a ello cualquier otra consideración.
El votante de valores es consciente de la importancia que su voto puede llegar a tener tanto para la configuración de nuevas mayorías como para la introducción de cambios en el discurso político dominante.
El votante de valores busca instrumentalizar el peso de su voto dando su apoyo a “grupos políticos de presión” que, en la sociedad civil, en el debate público, son los que introducen temas que los partidos y el denominado “discurso de lo políticamente correcto” optan por soslayar, obligándoles así a definirse ante los mismos y a tener en cuenta su opinión; dando así utilidad al aparentemente voto testimonial o perdido. Grupos que pueden hacer emerger a las llamadas “mayorías silenciosas”, rompiendo así el aparente “consenso social” que sirve de coartada para mantener leyes y políticas contrarias a esos Valores y Principios.
¿Quiénes son los votantes de valores?
Cuando se
habla de votante de valores se hace referencia a una parte del cuerpo
electoral cuyo fundamento político es preciso buscarlo en las raíces cristianas
de nuestra sociedad. En la política occidental, pese a los referentes léxicos
que suele utilizar la izquierda y al intento de apropiación del término, el
votante de valores está, en gran medida, identificado con el voto
cristiano o católico. Un voto que, escapando a las adscripciones tradicionales
de derecha e izquierda, hoy más gráficas que ideológicas, se considera, por su
propia configuración, transversal.
Ciertamente estamos hablando de un voto de minorías cada vez más amplias, aunque en algunos países, como en el caso americano, la llamada derecha cristiana, haya llegado a adquirir una notable influencia y una considerable representación.
La experiencia indica que cuando estos ciudadanos adquieren y asumen “conciencia de minoría”, de identidad propia no subordinada a grupos con horizontes distintos y distantes, se produce su desgajamiento del voto conservador, liberal o de izquierdas en el que se encontraban cautivos. Ello les ha permitido emerger con fuerza, dar valor real a su voto y llevar a la vida pública sus reivindicaciones políticas, consiguiendo cambios en favor de los Valores y los Principios.
La construcción de nuevas mayorías.
Las encuestas y los
resultados de los últimos comicios generales indican que en España, pese a que
el sistema electoral favorece el bipartidismo y recluye a las minorías, en el
mejor de los casos, en una ínfima representación, ya no son posibles las
mayorías absolutas. No lo son porque los miedos al contrario, que actuaron de
forma decisoria sobre el electorado, hoy ya no se dan con la misma intensidad;
porque el volumen de nuevos votantes, para los que no significa nada el peso de
la guerra, del régimen de Franco o de la Transición, referentes habituales de la
clase política, es cada vez mayor; aun cuando los partidos, especialmente los de
izquierda, se empeñen en utilizarlos, tergiversando su realidad, como nuevos
elementos identitarios.
No es menos cierto que cuando los dos grandes partidos, PP y PSOE, recurren a esos referentes, lo hacen mirando al electorado de más de cuarenta años que constituye, en cada segmento, su más firme sostén; esperando que la influencia de esos segmentos llegue a los que tienen menos de treinta años. Mientras que el electorado de más de cuarenta años presenta una clara vinculación, estabilidad y fidelidad de voto, que se acentúa con la edad, todo ello se reduce en el de menor edad.
Hoy se puede hablar de la existencia de una bolsa electoral que no asume, aunque no se manifieste de forma significativa en las elecciones, que las únicas opciones, por el hecho de que el sistema electoral las convierta en únicas fuerzas en condiciones de gobernar o de obtener representación segura, sean PP y PSOE. De ahí que se hayan producido puntos de ruptura en las elecciones generales y muy matizadamente, por el peso de la maquinaría burocrática de los partidos, en elecciones autonómicas o municipales (en el caso de las municipales los partidos se han visto obligados a introducir en sus listas candidatos independientes para evitar la proliferación de nuevos grupos).
Igual razonamiento cabe aplicar a la influencia del llamado “voto útil” o “voto al mal menor”. Con su práctica se subordinan las ideas, y por tanto los Principios y Valores, a la tesis de contribuir a que ganen las elecciones los teóricamente más próximos o, con más precisión, conseguir que no ganen los que se consideran antitéticos. La práctica del “voto útil” o del “mal menor”, una constante en el comportamiento electoral de los españoles, ha sido y es mucho más amplia entre los votantes de derecha que entre los votantes de izquierda. Además, el votante de izquierdas, precisamente porque en la izquierda un sector prefiere sus principios a las mayorías, cuenta con un abanico de opciones que no tiene el votante comúnmente considerado de derechas o que no se identifica con los planteamientos de la izquierda. Precisamente por ello, porque existe ese otro voto, ese “voto en valores de izquierda”, el partido hegemónico en ese sector, el Partido Socialista Obrero Español, es sensible a sus propuestas. Consciente de que existen esas otras opciones, de que son una realidad a tener en cuenta, satisface, en cada legislatura, alguna de sus reivindicaciones políticas e ideológicas. Sin embargo, no sucede lo mismo en el campo contrario.
En España, la existencia parlamentaria, y casi electoral, de una sola opción en la que se unifican liberales, ultraderechistas, conservadores, católicos, centristas, personas que, en muchos casos, se definen como de derechas, sostenida artificiosamente por la presión del voto útil y el mal menor, es, precisamente, la que, en el futuro inmediato, hará imposible la constitución de un sólido bloque capaz de imponerse al bloque de centro-izquierda o de, para ello, prescindir de la casi obligada subordinación al bloque nacionalista utilizando su vertiente conservadora.
La decisión de esa opción de procurar aplastar el ascenso de cualquier grupo que pueda salir de la irrepresentatividad que supone la habitual obtención de unos pocos miles de votos, limita, en la práctica, a muchos ciudadanos su capacidad de elegir. Las consecuencias de esta línea de comportamiento político son evidentes: primero, a la larga, por desencanto, por falta de sintonía con sus aspiraciones, acaba llevando a muchos electores a expresar su protesta refugiándose en la abstención; segundo, al no contar electoralmente con una opción propia, sus aspiraciones políticas e ideológicas dejan de ser tenidas en cuenta, reduciéndose a meros guiños electorales, realizados en campaña para evitar perder unos votos que después son sistemáticamente olvidados.
La inexistencia de una opción propia, de una alternativa viable capaz de encauzar esa corriente ideológica hasta ahora sumergida, en gran parte, en el Partido Popular o refugiada en la abstención, sumada a la imposibilidad que tienen los representantes de la misma de hacer oír su voz por el silencio mediático, hace que se perpetúe la situación descrita. Es la falta de otras opciones la que permite al Partido Popular anunciar, sin el menor coste electoral, que no modificará ninguna de las leyes aprobadas por el Partido Socialista. Leyes a las que, aparentemente, se había opuesto (uniones homosexuales, ley del aborto, divorcio exprés, reformas autonómicas, memoria histórica…), comportamiento que, por otra parte, viene manteniendo en los últimos veinte años sin coste electoral alguno.
La necesaria redistribución de la representación
política.
A menudo, para regenerar la política, se habla de la
necesidad de una segunda o tercera transición. Uno de sus componentes sería una
nueva redistribución de la representación política más acorde con la realidad
social de la nación.
La irracionalidad de mantener sistemas de representación, que tratan de uniformizar en dos opciones a la sociedad, sólo conduce al progresivo desinterés del ciudadano por la política, al ensimismamiento de la clase política, a la caída de los índices de participación y al distanciamiento entre la España oficial -basada en los temas que interesan a la clase política- y la España real.
La nueva transición demanda otorgar al ciudadano una mayor capacidad de intervención y de control. Lo que significa que los partidos deben ser expresión de la sociedad y no que, tal y como sucede en la actualidad, la sociedad es, aparentemente, la imagen construida artificialmente por los partidos.
De los tres bloques que actualmente encauzan electoralmente a los españoles, centro-consevador-liberal, izquierda y nacionalista, han sido tanto la izquierda como el nacionalismo quienes primero han comprendido esta realidad, por lo que han situado como objetivo de su estrategia política, en vez de la consecución de mayorías absolutas, la construcción de mayorías que aseguren su permanencia en el poder. A lo largo de la última legislatura hemos visto como la izquierda, incluso, ha generado nuevas opciones que le permitirán, en un futuro, prescindir de la conjunción con el nacionalismo. Así han surgido opciones como UPyD o Ciudadanos, capaces, además, por la transversalidad de algunos de sus planteamientos, de atraer electores que nunca se inclinarían por el socialismo o por el neocomunismo de Izquierda Unida.
El bloque restante está, hoy por hoy, vertebrado en un solo partido, en una sola opción, el Partido Popular. A diferencia de lo sucedido en la izquierda, éste permanece aferrado a la tesis idílica de que es posible alcanzar la “mayoría absoluta”, para poder mantener así cohesionado e ilusionado su voto; agarrándose, al mismo tiempo, a la opción práctica de constituir la mayoría con el nacionalismo conservador, aunque para ello desilusione a sus votantes, repitiendo así esquemas de hace veinte años. De ahí que, ante esta situación, entre sus planteamientos, aparezca como alternativa la defensa de una reforma electoral que incremente el bipartidismo, creyendo que con ello podrá alcanzar la soñada mayoría absoluta.
Parece pues evidente que, de mantener esta táctica política, las posibilidades del Partido Popular de crear una mayoría de gobierno propia, no subordinada al nacionalismo, serán cada vez más reducidas frente a la expansión del bloque de izquierdas.
AES, la alternativa posible.
El sistema de partidos en
España necesita una profunda renovación. La democracia es tanto más real cuanto
mayor es la identificación ideológica y sociológica de los electores con sus
representantes. España demanda la aparición de nuevas opciones que, rompiendo el
bipartidismo, aborden y transporten al discurso político aquellas cuestiones que
no forman parte del discurso de los partidos; que no sustituyan los problemas de
los ciudadanos por artificios, por temas que no surgen de una demanda social
sino que, muchas veces, son generados por la llamada clase política, tal y como
ha sucedido en el caso de las reformas autonómicas.
Resulta diáfana y transparente la constatación de que en España existe una corriente sociológica, sin representación política, que ha buscado, en la denominada “rebelión cívica”, ante temas como la Familia, la Moral, el Derecho a la Educación, la Libertad, la Vida, la vivienda, la política antiterrorista, la presión laicista o la situación real de la clase media, su canal de expresión y protesta. Durante la anterior legislatura, ese movimiento demostró su vitalidad y su capacidad de sobrepasar el papel que los grandes partidos le otorgan como desahogadero momentáneo y, a la vez, como forma de encauzar la protesta social que ellos no quieren suscribir pero siendo, al mismo tiempo, sus principales usufructuarios políticos.
Ahora bien, también durante la última legislatura, aunque en menor medida, se ha hecho evidente que sin representación política, sin representación real en la vida pública, sin encauzamiento político adecuado, sin presencia institucional propio, la reivindicación se diluye y la protesta queda como un elemento coyuntural, como una razón para la oposición pero no para la acción positiva a favor de esos Valores y Principios.
Recordemos, como prueba del razonamiento, que las grandes movilizaciones contra la política de José Luis Rodríguez Zapatero no han conseguido arrancar a los partidos, concretamente al Partido Popular, compromisos claros a la hora de: derogar la Ley del Aborto; garantizar la libertad en la Educación y el derecho a escoger libremente el modelo de enseñanza que los padres estimen conveniente para sus hijos; promocionar, defender e impulsar la familia, resultado, exclusivamente, de la unión de un hombre y una mujer con vocación de procreación y estabilidad; desarrollar una política de vivienda orientada hacia la propiedad; conseguir que en cualquier parte de España se pueda estudiar en la lengua común de todos los españoles; impedir que se reprima a quienes utilizar el castellano en su actividad diaria en Cataluña, Vascongadas o Galicia…
En la misma línea, cuando los ciudadanos han vuelto la espalda a planteamientos realizados, casi por consenso, por la clase política, tal y como ha sucedido en algunas consultas para la aprobación de los nuevos estatutos de autonomía, votando en contra o practicando la abstención activa de forma masiva, la clase política se ha negado a reconocer su fracaso. Así aconteció en el referéndum para aprobar el nuevo estatuto de Andalucía, y, pese a su escaso apoyo popular, el PP anunció que, si llegaba al poder no lo derogaría; como no se derogará el Estatuto de Cataluña.
Es esta realidad la que, hace cuatro años, impulsó a un grupo de hombres y mujeres a poner en marcha un nuevo proyecto político que denominamos Alternativa Española (AES). Lo hicimos, desde la consciencia de ser una minoría, para constituir un instrumento capaz, en un momento determinado, de servir de cauce a ese votante de Valores, a ese votante de Principios, que ve coartada su libertad por el llamado “voto útil”; aplicación práctica de la funesta y antidemocrática teoría del “mal menor”.
Para qué y por qué AES.
Nadie desconoce la alta
incidencia que la práctica del voto útil tiene en el comportamiento electoral de
los españoles. Lo que los sociólogos denominan el “vértigo electoral”, la
presión mediático-ambiental final, acaba disuadiendo al votante de
valores a la hora de apoyar una opción minoritaria pero coherente con sus
planteamientos. Llegado el momento electoral muchos españoles sucumben ante la
incapacidad de encontrar utilidad en el voto a opciones que no tienen
posibilidades de ganar las elecciones, aunque en el futuro próximo la presencia
en las instituciones de esas opciones pudiera ser el único camino para formar
nuevas mayorías frente a los bloques de izquierda, pudiéndose además prescindir
de los escaños nacionalistas. Tratemos pues de contestar a esa pregunta: ¿es
realmente útil apoyar a un partido, como AES, que no puede
ganar las elecciones?
Alternativa Española ha demostrado, a lo largo de la anterior y actual legislatura, que es posible actuar en política, estar de forma activa en la política, influir en la vida pública, sin haber alcanzado, aún, representación institucional, sin tan siquiera ser una opción política consolidada.
Sintonizando con los votantes de valores, con reivindicaciones de una parte de la ciudadanía, en defensa de Principios claros, AES ha actuado en espacios en los que quienes deberían hablar han preferido, por rentabilidad electoral, callar; temas en los que quienes teóricamente deberían haberse pronunciado de otra forma, por ser los beneficiados electorales directos, han decidido, por considerarlo un voto cautivo, no entrar en el debate, o simplemente secundar al adversario ideológico en aras de sintonizar con un falso progresismo.
AES entiende que, antes que económico o social, el debate político fundamental es ideológico y cultural. De ahí que, desde nuestra actividad pública, hayamos denunciado el proyecto que la izquierda ha trazado para perpetuarse en el poder aplicando técnicas de ingeniería social.
Un proyecto que cuenta con la debilidad ideológico-doctrinal de la oposición conservadora-liberal. Un proyecto edificado desde los planteamientos neomarxistas de la izquierda refundada después de la crisis que supuso la caída del muro de Berlín y cuyo objetivo último es la deconstrucción de la sociedad a partir de la demolición de las bases ideológicas de la civilización cristiana y occidental; una corriente de la que es claro ejemplo el proyecto político de José Luis Rodríguez Zapatero.
Concreciones claras del desarrollo de este proyecto en España son: la Ley de Identidad personal, 3/2007 que regula el cambio de sexo; la Ley 1/2004, de protección integral contra la violencia de género, que define la relación hombre-mujer en términos de enemistad; la difusión e imposición de la denominada ideología de género; la equiparación del matrimonio las uniones homosexuales; la regulación del divorcio exprés, que permite romper una unión de forma unilateral, automática y sin causa; la Ley 14/2006 de Reproducción Humana Asistida, por la que la paternidad o la maternidad ya no son realidades sino etiquetas que el Estado distribuye o deniega; la posibilidad de generar los denominados “bebés medicamento”; las modificaciones del Código Civil que suprimen la autoridad de los padres para corregir moderada y razonablemente a sus hijos; la imposición en los planes de estudio, por parte del Estado, de materias de contenido ideológico, acorde con los principios morales de la nueva izquierda; el proyecto de ampliación de la ley del aborto o los proyectos para autorizar la eutanasia en España.
Ha sido la prensa extranjera, concretamente The Times, la que mejor ha definido el papel que una opción como AES está jugando, pese a sus limitaciones, en la vida pública española. AES, partido transversal, opción social-cristiana, es, por su forma de actuar en política, un “grupo político de presión”. AES plantea, con rigor y seriedad, llevándolos hasta las últimas instancias, temas que cuentan con un amplio apoyo sociológico, pero que no están en la agenda de las dos grandes opciones políticas que se turnan en el gobierno de España. Por ejemplo:
AES ha sido el partido político que ha intentado llevar a los tribunales a José Luis Rodríguez Zapatero por el delito de Traición al negociar con los terroristas y ofrecer contrapartidas políticas; que intentó parar en los tribunales el referéndum del Estatuto de Cataluña, al realizarse tras una convocatoria manifiestamente ilegal; que ha denunciado los intentos de legitimar pretendidas identidades nacionales a través de la creación de selecciones deportivas; subrayando, al mismo tiempo, la posición esquiva, ante este tema, de populares y socialistas.
AES ha sido el partido político que, defendiendo los intereses de España y de los españoles, defendiendo la Vida y la Familia, defendiendo el Estado del Bienestar y la Libertad se opuso e hizo campaña en contra de la llamada Constitución Europea, ampliamente rechazada en los países europeos de primer orden, que aquí fue apoyada por el PSOE y el Partido Popular.
AES ha sido el único partido político que, en defensa de la libertad, ha hecho campaña contra el Tratado de Lisboa, que viene a sustituir la fracasada constitución europea, pidiendo que se dejara a los españoles pronunciarse; ya que cualquier tratado o acuerdo de orden constitucional, para adquirir legitimidad democrática, necesita la aprobación directa por parte de los ciudadanos. No pudiendo, en ningún caso, ser sustituida por la decisión de sus teóricos representantes.
AES ha estado siempre en todas y cada una de las manifestaciones y movilizaciones, grandes o pequeñas, convocadas para protestar por la negociación con los terroristas; manifestándose en contra de cualquier tipo de negociación, política o no política, con los terroristas; pidiendo el cumplimiento total de las penas impuestas a los mismos.
AES ha sido el único partido político que se ha manifestado a las puertas de la reunión de la Alianza de Civilizaciones, promocionada por el presidente del gobierno español, para denunciar las violaciones y actos contra los derechos humanos que se producen en muchos países favorables a la propuesta.
AES ha sido el partido político que ha actuado tras cada insulto a la Fe.
AES se ha movilizado, ha denunciado y ha presentado
querellas ante muchos de los ataques que, impulsados por el laicismo agresivo de
José Luis Rodríguez Zapatero, se están prodigado a lo largo de los gobiernos
socialistas: las exposiciones blasfemas de Ibiza, Valencia o Extremadura; obras
de teatro como las del cuñado de Esperanza Aguirre (“Me cago en Dios…”) o “La
Revelación” donde el autor y actor Leo Bassi, disfrazado de Papa consagraba
preservativos; campañas publicitarias como la del Getafe Club de Fútbol;
exposiciones como la subvencionada por el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid
en la que el Papa, en San Pedro del Vaticano, sodomiza a monjas y cabras,
mientras los asistentes se masturban. En esta acción ha dado igual quienes
fueran los responsables políticos. Populares y socialistas han contribuido a
subvencionar el insulto y así se ha denunciado.
AES
ha sido el único partido político que ha intervenido en la querella que
ha llevado a la cárcel al doctor Morín. Es AES el partido
político que sostiene la acusación contra clínicas abortistas en Madrid. Es
AES el partido político que se ha querellado contra la
actuación del “barco de la muerte” de la ONG abortista “Mujeres en las olas” en
Valencia.
Es AES quien está consiguiendo que ya no nos conformemos con la aplicación estricta de la ley del aborto, como pretenden algunos grupos en consonancia con las tesis del Partido Popular.
Es AES quien está denunciando la maniobra, auspiciada por el Partido Popular, de reconvertir la oposición al aborto en una mera reducción en el número de abortos y en la cobertura conformista que ofrece protestar contra la propuesta del gobierno de sustituir la actual ley por una de plazos.
AES es el partido político que reclama la derogación total y absoluta de la Ley del Aborto, mientras que el PP, utilizando como eufemismo una hipotética “defensa de la Vida”, es defensor de la ley de los supuestos. AES el partido que ha denunciado constantemente, la hipocresía de los dirigentes populares que afirman defender la Vida y auspician el reparto de la Píldora del Día Después o firman conciertos económicos con clínicas abortivas.
AES es el partido político que está denunciando, como elemento de ruptura pausada de la cohesión, la integridad y la solidaridad nacional, el proceso de reformas autonómicas que han puesto en marcha populares y socialistas; y que en esta legislatura se ampliarán a otras once Comunidades Autónomas. Estatutos que suponen una reforma encubierta y antidemocrática de la Constitución. AES ha subrayado el contrasentido que supone que, siendo en la mayor parte de los estatutos aprobados fruto del consenso entre el Partido Popular y el Partido Socialista, seis de los siete presentados hayan sido recurridos ante el Tribunal Constitucional.
Sin embargo, a pesar de todo, en política al final sólo pesan aquellas ideas y opciones que cuentan con una base electoral consolidada, cuanto mayor sea esta base mayor es la posibilidad de que sus planteamientos sean tenidos en cuenta, se abran paso en las leyes; de ahí que el crecimiento electoral continuo de un proyecto político nuevo, como AES, sea fundamental para su consolidación y continuidad, para salir de la marginalidad y romper la aparente invisibilidad social.
Nuestro compromiso.
AES se ha
constituido como un medio al servicio de esta Declaración Política; al servicio
de Valores y Principios que consideramos tan irrenunciables como necesarios.